La humildad es una genuina virtud que trae consigo el ser respetuosos, modestos, sencillos y, a la vez, mantener firme la autoestima, reconociendo nuestros límites y defectos, sin nunca intentar ponernos por encima de los demás.
Es uno de los más grandes valores que podemos poseer como personas, por ello es importante poder regalarle a tu esposa e hijos esos discretos actos de humildad, que en vez de hacerte pequeño, te elevan a los principios espirituales más reconocidos por multitud de tradiciones religiosas y filosóficas.
Un primer punto a considerar para ser más humildes es no buscar los aplausos de los demás, no estar en la expectativa de alcanzar la admiración y la gloria que los demás pueden brindarte con sus reconocimientos y elogios. De aquí la importancia de ser moderados, modestos y no pretender nada más que hacer lo que uno sabe hacer, sin buscar la aceptación y el premio que nos pueden brindar las personas que nos rodean.
Algo que es fundamental es reconocer nuestros errores y limitaciones, aceptar nuestras debilidades y así, estar dispuestos a aceptar los señalamientos que nos hacen para seguir aprendiendo y mejorando.
Pues lo contrario implica entremezclarse con el rudo orgullo que puede impedir que reconozcas tus errores y hasta te enojes porque te los hagan ver.
Cuando se unen la falta de humildad y el orgullo, se aumenta la pretensión de la excesiva autovaloración y emana petulancia y engreimiento; especialmente cuando hay que admitir que te equivocaste y necesitas el apoyo y ayuda de los demás.
Las personas orgullosas están ansiosas por la validación de los demás, la buscan subconscientemente de una manera significativa y persistente. Algunos llegan a vivir con esa constante de hacer lo posible para darle gusto a los demás y recibir su aprobación y reconocimiento que tanto anhelan. Y en vez de conseguir ser más humildes, acaban siendo más orgullosas y vanidosas.
En la falta de humildad crece la necesidad de compararse con los demás, de mirar con ojos competitivos, incluso a la propia pareja, y no soportar sus logros, incluso hasta llegarlos a envidiar.
En vez de tener empatía y reconocimientos, se llegan a sentir menos y con ganas de demostrar que ellos también pueden, y se lanzan a una lucha por demostrarlo.
¿Cómo es la verdadera humildad?
La verdadera humildad posee una capacidad de ser autocríticos, ya que se tiene la facilidad para aceptar las limitaciones propias y las de los demás, con una auténtica empatía por las fallas que los demás cometen, sin necesidad de estarlos corrigiendo.
Regalarle a tu pareja una mayor capacidad de escucharla y aprender de ella o de él es un gran acto de humildad, y ya no intentar señalar si estás de acuerdo o no con sus propuestas o modo de vida. Es abrir las puertas de tu corazón a que tienes la disponibilidad de aprender y no solo de enseñar. Es una manera de dar valor y reconocimiento a lo que también puedes recibir.
En las cosas sencillas y austeras se nota también si estás desarrollando la verdadera virtud de la humildad. No se trata de tener cosas baratas por ahorrar, sino vestirse con estilo pero sin pretensiones; y más importante aún, sin ninguna ostentación y lujos efímeros e innecesarios. Estos últimos tienen la motivación de presumir y buscar la atención para que los demás noten que estás teniendo éxitos y abundancia.
Tener lo necesario y, de eso, aún necesitar menos -tal y como lo practicaba San Francisco de Asís- es una buena fórmula para practicar la humildad. Podemos ser tan felices con tan poco, que es mejor necesitar muy poco, para no depender de tantas cosas que realmente no son indispensables para vivir felices.
Una vida sencilla y austera resulta mucho más fácil de llevar que una vida repleta de cosas que nos obligan a vivir de compras y a estar preocupados por lo que digan los demás de ti.
Regalarle a tu pareja tus actos de humildad es mucho más valioso que los objetos de valor. Es trasmitirle que lo respetas, que lo consideras, que lo incluyes, que lo admiras y no le tienes envidia ni ganas de demostrarle nada, mas que cariño y comprensión.
Esta es una manera sencilla de tener relaciones saludables, con un auténtico crecimiento personal y en pareja.
No necesitas discutir ni defender tus puntos de vista, porque aceptas que no sabes todo, que te equivocas y que no tiene que demostrar nada. Simplemente aceptas las críticas y no te duelen, ni tienes que defenderte de ellas, porque ya no dejas que tu orgullo te mal aconseje a pelear y a desquitarte haciéndole ver también sus errores.
Dale lo mejor de ti, obséquiale tu modestia y moderación, tus ganas de gozar de su presencia, ya sin la necesidad de demostrarle nada de lo que crees que tienes que enseñarle.
Tu humildad es más importante de lo que piensas.