¿Puede que Martin Scorsese sea el cineasta católico vivo más importante? Como es habitual, su nueva película, Los asesinos de la luna, ha levantado expectación, a pesar de que las opiniones estén muy divididas entre quienes le critican y quienes le aplauden. Lo que ocurre es que el director de Taxi Driver y Silencio siempre sale por donde el espectador menos se lo espera, y los giros que suele dar a sus obras despistan a los incautos.
Su último filme, Los asesinos de la luna (en el idioma original Killers of the Flower Moon), es histórico a la manera en que lo eran El aviador y Gangs of New York, contiene traiciones y conspiraciones como en Infiltrados y Uno de los nuestros, y hay abusos de poder y tejemanejes económicos y políticos como en Casino y El irlandés. Y lo protagonizan Leonardo DiCaprio y Robert De Niro, dos de sus actores emblemáticos. Pero no es una copia de ninguna de esas películas. Es diferente.
Los asesinos de la luna, basada en la crónica escrita por David Grann, recrea otro episodio negro y poco conocido de la historia de Estados Unidos: a los indios de la tribu osage se los relegó a una tierra en la que, para su fortuna, el subsuelo era fértil en petróleo. Esto les garantizó un espectacular crecimiento económico. Al olor del dinero no tardaron en acudir hombres blancos con el objetivo de casarse con algunos miembros de la tribu y luego asesinarlos para heredar sus riquezas. La meta final consistía en recuperar la tierra.
En el centro de la historia tenemos a un lobo con piel de cordero, William Hale (De Niro), amado por la comunidad y respetado por todos, pero quien siempre está maquinando en la sombra para eliminar a los indios y ganar, poco a poco, el territorio. Cuando reaparece su sobrino, Ernest Burkhart (DiCaprio), un tipo con escasas luces que se deja manipular por su tío, Hale aprovechará para manejarlo a su antojo y convertirlo en brazo ejecutor, es decir, el que convence a terceros para matar a quienes entorpecen sus propósitos. Su primer paso consistirá en casarse con Mollie (Lily Gladstone), una de las indias más ricas de la zona. Pero, ¿Ernest está dispuesto a asesinarla o realmente la ama de verdad? Éste será uno de los dilemas que se nos presentan a lo largo de un filme de 206 minutos que nunca llegan a pesar.
Los temas habituales de un maestro: poder, culpa, codicia, redención, catolicismo
El catolicismo de Scorsese aparece puntualmente aquí y allá. Los indios acuden a la iglesia. El párroco mantiene relaciones cordiales con ellos. Burkhart admite que es católico. Hale cita las Escrituras. Hay una especie de equilibrio entre la fe católica y la espiritualidad india: los osage practican ambas, y por tanto serían los personajes más completos de la historia.
Es posible que el espectador que solo busca huellas de acción y violencia se decepcione. Killers of the Flower Moon es una película en la que predomina la palabra. Quienes sean incapaces de mirar más allá del argumento o de las escenas de crímenes puede que no adviertan la complejidad de sus capas narrativas.
En la primera capa tenemos una historia real sobre la lucha por la tierra y el exterminio de las tribus indias, algo que está muy de moda gracias a series sólidas como Yellowstone que narran cómo América destruye a sus nativos.
En la segunda, la trama de cómo los hombres poderosos se las ingenian para obtener más poder, más dinero, más propiedades; así tengan que asesinar, manipular y ocultar pruebas y esconder cadáveres.
En la tercera, asistimos a una película sobre el arte de manipular: Hale es un hombre maquiavélico con dos identidades: la del hombre simpático y altruista de cara a la galería, y la de ese hombre malvado que en su privacidad se devana los sesos tratando de hacer el mal; es el prototipo de poderoso sin escrúpulos.
En la cuarta encontramos algunos de los temas habituales del cine de Scorsese en la figura de Burkhart: es un hombre no muy inteligente que se deja arrastrar por lo que dice su tío, sometido éste a las exigencias de la codicia, ambición y sed de poder al igual que otros individuos poderosos de la localidad; a Burkhart la culpa le irá comiendo por dentro hasta llegar a un momento en el que duda de sí mismo; y de la culpa nacerá, inevitablemente, el ansia de redención. Cómo limpiarse, cómo lavarse.
Lo interesante es que, ante estos individuos de conducta negativa, criminal y perniciosa, Scorsese opone el personaje positivo y humanitario de Mollie, que lo transmite todo mediante miradas, sonrisas y silencios gracias a la interpretación de Gladstone; es como si ella encarnara el bien, la pureza, el sentimiento religioso y espiritual de alguien que no comprende esas actitudes.
Martin Scorsese, uno de los pocos maestros clásicos que nos quedan, ha levantado una película extraordinaria, difícil de etiquetar en un género específico, que tal vez no emocione pero sí dejará a los espectadores aturdidos.