En la actualidad, contraer matrimonio es una decisión que muchos jóvenes ya no contemplan o que aplazan lo más posible pues se ha demeritado la relación entre hombre y mujer, dando paso a otro tipo de relaciones que nada tienen que ver con el matrimonio instituido por Dios. Recordemos las palabras de nuestro Señor Jesucristo:
"Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre".
Sin embargo, quienes se determinan a dar este paso ganan mucho. Esto fue lo que platicó a Aleteia el Pbro. Jesús Noé Mendoza Lemus, maestro en ciencias de la familia.
Matrimonio: ¿es solo un contrato?
El P. Noé comenta que cuando se habla de matrimonio, se debe entender en dos dimensiones que tienen amplia relación: sacramental y legislativa. Es decir, el matrimonio como sacramento es sagrado y unitivo; y cuando hablamos de su parte legislativa, están de por medio derechos y obligaciones.
Si lo vemos así, hay una serie de acuerdos que se pueden entender como un contrato, recordando la parte civil de la unión. Pero no es solo eso, sino una vocación específica para cumplir el proyecto de Dios: la familia".
Ahora bien, cuando hablamos sobre quiénes pueden recibir el matrimonio por la Iglesia, había que considerar lo que dice el Código de Derecho Canónico, porque por ser un sacramento, deben ser un hombre y una mujer bautizados, confirmados y libres de impedimentos, como por ejemplo ser demasiado jóvenes, sufrir de impotencia o tener parentesco.
Un compromiso serio
El sacerdote menciona que, cuando hablamos de los cónyuges, hemos de entender esta realidad como sacramento y como familia, ya que el compromiso de estar unidos es amarse, santificarse y salvarse juntos; además, ambos actúan como cocreadores a través del acto conyugal, y una vez teniendo descendencia, deben educar a sus hijos y ser buenos ciudadanos.
Además, agrega que se trata de una llamada específica a una vocación específica, explicado con otras palabras: casarse es corresponder al llamado del amor.
Casarse por la Iglesia, entonces, requiere de un buen diálogo y acompañamiento, porque hay que tener en cuenta que el sacramento del matrimonio crea entre los cónyuges un vínculo perpetuo y exclusivo.
La necesidad de recibir la gracia de Dios:
Dios mismo ratifica el consentimiento de los esposos. Por tanto, el matrimonio rato y consumado entre bautizados no podrá ser nunca disuelto. Sin embargo, dice el P. Noé:
«La gracia que se recibe es precisamente para poder sobrellevar todo aquello que atañe y atente contra la dignidad del sacramento, en búsqueda de amarse como el Señor nos ha amado».
Un mensaje a los jóvenes:
Recordemos lo que el Papa Francisco dijo en un mensaje de Twitter el 14 de febrero de 2014: «Queridos jóvenes, no tengan miedo a casarse. Unidos en matrimonio fiel y fecundo, serán felices».