Inma García es una madre de familia que trabaja en Medjugorje atendiendo a los peregrinos. Esta joven madre, a la que todos quisieran tener como hija, enfrentó una crisis, mientras era adolescente, en la que la influencia de sus padres fue crucial.
"Nací en una casa donde mis padres hicieron que lo sobrenatural se sintiera natural. Rezábamos el rosario y hablábamos de los santos. Sin embargo, en la adolescencia comencé a cuestionar lo que mis padres me habían enseñado desde el principio. Empecé a pensar que todo lo que decidían estaba mal, y busqué mi propio camino en una dirección contraria".
En su adolescencia, Inma García tuvo un grupo de amistades que distorsionó la fe que sus padres le inculcaron; lucho contra trastornos alimenticios y su carrera no iba bien. "A todo eso hay que añadirle que, lamentablemente, falleció una tía abuela a la que no pude despedir, lo que me enfadó con Dios".
Debido al bajo rendimiento en su trabajo, el médico de Inma le recetó antidepresivos que ella tomaba y combinaba sin precaución. Al mismo tiempo, la relación con sus padres se iba deteriorando por sus mentiras y actitudes de autodestrucción. Sus padres, comenta Inma, "hicieron algo heróico: guardaron silencio. Fue difícil, pero entendieron que necesitaban hablar más con Dios sobre mí, y menos sobre Dios conmigo. Comenzaron a asistir a Misa durante la semana, temprano por la mañana".
Una conversación que lo cambió todo
"Recuerdo un día en el que llegué a casa tras salir de fiesta, y encontré a mi madre haciendo café muy temprano en la cocina. Le pregunté qué estaba haciendo allí, y me dijo que iban a Misa cerca de la oficina. En ese momento la increpé, preguntándole si se habían vuelto 'meapilas'. Mi madre respondió que alguien tenía que suplir las Misas que yo me estaba perdiendo. Esa respuesta me impactó profundamente. Después de esa conversación, me retiré a mi habitación y reflexioné sobre mi vida.
Inma cuenta a Aleteia que esa fue la primera vez que sintió que necesitaba ayuda, y ello fue gracias a sus padres. "La Virgen me rescató, pero, sin el silencio y las oraciones de mis padres, no estaría donde estoy".
A lo único que sus padres la empujaron fue a que hiciese un viaje a Medjugorje, que resultó ser muy desafiante, pero que le permitió experimentar amor y misericordia
La Inmaculada Concepción me abrazó, lo que me permitió perdonarme a mí misma"
"También tenía otro regalo esperándome: conocí al hombre que se convirtió en mi marido y en el padre de mis tres hijos".
La historia de Inma es el testimonio de que las oraciones de los padres son poderosas y llegan rápidamente al Cielo. Su vida nos demuestra que la gracia que se obtiene en la oración es superior a la que pueden causar los discursos eruditos. Y también es prueba de que solo a través de la oración se puede encontrar la fuerza necesaria para guardar silencio.
El testimonio de Inma es una invitación a hablar más a Dios sobre los hijos, que a los hijos sobre Dios.