La Carlina es una finca situada en el municipio de Constantina, en la provincia de Sevilla, que alberga una historia sorprendente y desconocida para muchos. Lo que hoy es un monasterio de clausura de las Hermanas Jerónimas del Convento de Nuestra Señora de los Ángeles, fue en su día un palacete construido por un exiliado nazi: Léon Degrelle.
Léon Degrelle (1906-1994) fue un político belga de origen valón y colaborador nazi. Fue el líder del Partido Rexista (Rex), de ideología fascista y católica, que apoyó la invasión alemana de Bélgica en 1940. Se alistó en las Waffen SS y combatió en el frente oriental contra la Unión Soviética, llegando a ser condecorado por el propio Hitler. Al final de la guerra, huyó a Noruega y luego a España, donde se refugió bajo la protección de Franco, que le concedió la nacionalidad española con el nombre de José León Ramírez Reina.
El inicio de La Carlina
Degrelle compró en 1952 una finca en Constantina, llamada La Carlina, donde construyó un palacete para su uso personal, además de otras edificaciones. El edificio destacó desde el primer momento en el paisaje urbano y natural. Fue conocido como El Castillo Blanco y se convirtió en uno de los símbolos de Constantina.
Degrelle dotó la vivienda de importantes obras de arte y creó, en su entorno, maravillosos jardines donde hubo hasta catorce fuentes decoradas con azulejos arabescos y cerámicas sevillanas. El área del jardín estaba limitada por dos entradas con grandes pórticos en estilo neoclásico y mudéjar, además de un maravilloso mosaico de inspiración romana con el mapa de Bélgica, la patria de Degrelle.
Degrelle vivió en La Carlina hasta su muerte en 1994, rodeado de su familia y de algunos fieles seguidores. Su palacete fue testigo de sus memorias, entrevistas, polémicas declaraciones e intentos de reivindicar su pasado nazi. Sin embargo, tras su fallecimiento, la finca sufrió diversos avatares económicos y cambios de propiedad que pusieron en peligro su conservación.
Llegada de la congragación
Fue entonces cuando la Congregación de las Hermanas Jerónimas del Convento de Nuestra Señora de los Ángeles de Constantina, que buscaba un lugar más amplio y adecuado para su vida contemplativa, se interesó por la finca y la adquirió en 2004. La congregación inició un proceso de restauración y adaptación del antiguo palacete en hospedería monástica, que duró hasta 2008. El arquitecto Luis Pérez-Tennessa fue el encargado de conjugar los elementos antiguos de las edificaciones y dotar de elementos nuevos, respetando el estilo y la historia del lugar.
La Carlina se convirtió así en un monasterio de clausura donde las monjas jerónimas se dedican a la oración, el silencio y la entrega a Dios. El templo es un espacio de sencilla belleza, luminosidad y amplitud, presidido por una imagen de Cristo crucificado, réplica a mayor escala del creado por el padre jerónimo José María Aguilar, mientras que una celosía de tubos de órgano complementa este proyecto ciertamente innovador.
La torre blanca y el jardín con abundantes palmeras y fuentes que le dan un aire árabe han servido de base al nuevo monasterio. La hospedería se ha construido aprovechando el desnivel del terreno, de modo que queda unida al edificio, pero independiente de éste.
La Carlina es una muestra de cómo la historia puede dar giros inesperados y cómo un lugar puede cambiar de significado y función. De ser el refugio de un exiliado nazi, ha pasado a ser el hogar de unas monjas que rezan por la paz y la reconciliación. De ser un símbolo de poder y de orgullo, ha pasado a ser un signo de humildad y de servicio. De ser un palacete nazi, ha pasado a ser un monasterio de clausura.