Una característica de todas las religiones del mundo es que necesitan de un guía, por llamarle de algún modo. Desde tiempos inmemoriales, los seres humanos tuvieron la necesidad de rendir culto a sus dioses y creían que solo algunos podían acercarse lo suficientemente a ellos para conseguir sus favores, como fue el caso de los pueblos prehispánicos, que eran politeístas y que tenían sacerdotes para cada una de sus deidades.
En cuanto al pueblo judío, al salir de Egipto, Dios mismo designó a Aarón para ser el primer sumo sacerdote y consagró también a sus descendientes para hacer los sacrificios (Éx 29, 1). Esta elección nos habla de que no todos son llamados para servir a Dios de la misma manera. El capítulo 29 de Éxodo explica todo lo que Dios ordenó a Moisés para la consagración de la casa de Aarón, quienes se encargarían en adelante de realizar los holocaustos diarios dedicados al Señor.
Jesús y sus apóstoles
En cuanto a la Iglesia de Cristo, cuando nuestro Señor iba a ser entregado para ser crucificado, llamó a sus apóstoles para darles sus últimas enseñanzas: les lavó los pies y les ordenó hacer lo mismo unos a otros (Jn 13, 5-14), además, les dio otro mandato: tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
«Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía»
Durante los tres años de vida pública, el Señor Jesús instruyó a sus discípulos para que aprendieran lo que tendrían que hacer en su nombre, una vez que Él regresara al Cielo. Sin embargo, lo más sublime fue que les dio el poder de transformar el pan y el vino en su cuerpo y su sangre, además de celebrar los demás sacramentos, actuando "in persona Christi Capitis —en la persona de Cristo Cabeza -" como lo explicó el Papa Benedicto XVI durante la audiencia general del 14 de abril de 2010.
Actúan en nombre de Cristo presente
Su santidad Benedicto XVI aclara que el sacerdote está configurado a Cristo en el ejercicio de los tres oficios de enseñar, santificar y gobernar. Y va más allá, explicando esta configuración:
"Pero no actúa nunca en nombre de un ausente, sino en la Persona misma de Cristo resucitado, que se hace presente con su acción realmente eficaz. Actúa realmente y realiza lo que el sacerdote no podría hacer: la consagración del vino y del pan para que sean realmente presencia del Señor, y la absolución de los pecados".
Es por eso que creemos que un sacerdote que ha recibido un ministerio ordenado actúa, no es su propio nombre ni se predica a sí mismo, sino que lo hace revestido de Cristo para el bien de la Iglesia y que gracias a ellos tenemos la Eucaristía, porque "la Iglesia vive de la Eucaristía" (Ecclesia de Eucharistia 1).
Por esta razón, es inapreciable el valor de tener presbíteros que celebren la Misa, porque sin ellos no podríamos comulgar el cuerpo y la sangre de Cristo, lo cual sería una verdadera desgracia para la Iglesia y para la humanidad entera. Oremos por la santificación de nuestros sacerdotes.