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Dios hizo al hombre bueno, como obra maestra de la creación, pues lo hizo a su imagen y semejanza (Gn 1, 26). Sin embargo, el pecado original debilitó su voluntad y quedó expuesto a toda clase de pecados, vicios y tentaciones que solo se pueden vencer con la gracia de Dios.
Y entendemos, como lo dice el Catecismo de la Iglesia católica, que el pecado es una ofensa a Dios, además, "es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana" (CEC 1849).
Pecados que se convierten en vicios
Respecto a este punto, el mismo Catecismo de la Iglesia católica identifica que hay diversidad de pecados, poniendo énfasis en lo siguiente:
"El pecado crea una facilidad para el pecado, engendra el vicio por la repetición de actos. De ahí resultan inclinaciones desviadas que oscurecen la conciencia y corrompen la valoración concreta del bien y del mal. Así el pecado tiende a reproducirse y a reforzarse, pero no puede destruir el sentido moral hasta su raíz" (CEC 1865).
Estos pecados "son llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios. Son la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza" (CEC 1866).
Cómo vencerlos
Cada vicio en el que cae el ser humano resulta difícil de vencer, ya que la tentación es fuerte cuando la carne siente satisfacción, o bien, la conciencia se nubla de tal modo que, si no acude a los sacramentos, al ayuno y a la oración, será presa fácil del demonio que lo insta a continuar en el fango.
Además, cada pecado capital tiene una contraparte, es decir, una virtud que deberá ejercer para contrarrestar el daño provocado por el vicio que le aqueja:
Contra soberbia, humildad; contra avaricia, generosidad; contra lujuria, castidad; contra ira, paciencia; contra gula, templanza; contra envidia, caridad; contra pereza, diligencia.
Cada par de pecados y virtudes merecen una explicación más amplia y los iremos tratando en otros artículos, pero es prudente destacar que no pierden vigencia y están muy presentes en el mundo actual.
Por lo pronto, pidamos a Dios con mucha convicción, como lo hacemos en el Padre nuestro, que nos ayude a para no caer en la tentación.