"No es bueno que el hombre esté solo" (Gn 2,18). Todo ser humano siente lo que Dios dijo al principio de la creación. Incluso antes de la Caída, Adán sentía una profunda necesidad de estar con otra persona. Como dijo el sacerdote y teólogo Luigi Giussani (1922-2005): "Para ser yo mismo, necesito a otra persona. Solos, no podemos ser nosotros mismos".
En las memorias del compositor francés Hector Berlioz (1803-1869) hay un pasaje desgarrador en el que confiesa su dolorosa experiencia de la soledad. Escribe: "Es difícil expresar con palabras lo que he sufrido: el deseo que parecía desgarrarme el corazón de raíz, la espantosa sensación de estar solo en un universo vacío. Sufrí agonías, luchando contra el aplastante sentimiento de ausencia, contra un aislamiento mortal".
Combatir la soledad mediante la presencia real
Para compensar esta soledad, el hombre necesita una presencia real y permanente en su vida. La Sagrada Eucaristía es esa presencia real. Es el verdadero remedio para este deseo, para la angustia de la soledad y del aislamiento.
En la fe cristiana ayer y hoy, el cardenal Ratzinger reflexiona sobre un temor casi universal: el miedo a estar solo en una habitación con una persona muerta. Sin embargo, escribe que lo que podría disipar instantáneamente ese miedo es la presencia de un ser querido, junto a él o ella, en esa misma habitación. La presencia del otro calma los peores temores. Alivia la soledad e incluso la muerte.
El antídoto contra el abandono
La presencia es también el antídoto contra el abandono, una de las mayores formas de sufrimiento. La desatención es la actitud de quien carece de cuidado, atención e interés, y la persona desatendida siente que no es suficientemente importante para el otro. La Eucaristía es precisamente el remedio para esta negligencia, porque Jesús en la Eucaristía asegura constantemente a todos:
No estás solo. Aquí hay una presencia real y permanente a la que puedes acudir. Estoy presente en la Eucaristía para derribar las barreras que te retienen, para poner fin a la dominación del miedo. Lo que queda es la promesa perseverante que nunca dejo de repetirte: eres lo bastante importante para que yo esté a tu lado.