Cuando nuestro Señor Jesucristo murió en la cruz, había atravesado ya por indecibles sufrimientos; el momento cumbre de la crucifixión fue solamente el clímax de la Pasión, marcada con la muerte del Salvador del mundo.
¡Qué amor tan inmenso nos tuvo Jesús, qué obediencia tan perfecta! ¿Cómo nos atrevemos, entonces, a verlo con tanta serenidad, a disfrutar del arte pictórico, de las esculturas y de las representaciones que despojan de su infinito valor la entrega absoluta de Cristo a la voluntad del Padre?
Un amor que debe inspirar el deseo de conversión
Ver a Jesús en la cruz fue una impactante experiencia para santa Teresa de Ávila. En su autobiografía escribió que en 1554, entrando una vez en el comedor, se fijó en la imagen de un Cristo muy llagado. Tanto fue el dolor que le provocó no haber agradecido lo suficiente esas llagas, que sintió que el corazón se le partía.
¿Cómo no sentir lo mismo que santa Teresa, cuando escuchamos que Cristo derramó hasta la última gota de su sangre por amor a la humanidad, por pagar cada pecado, aunque los pecadores no se lo agradecieran?
Un amor tan inmenso debe inspirarnos el deseo de conversión, así como Teresa de Ávila, que exclamaba "Muero porque no muero".
Jesús crucificado, no podía ser menos el sacrificio
Queda una pregunta sin responder, que quizá no pueda ser resuelta porque es seguro que los santos también se la han hecho, sin encontrar una respuesta lógica: ¿por qué tuvo que morir Cristo en la cruz de manera tan cruel, y sufrir tanto, si, siendo Dios, con cualquier pequeño temblor de frío hubiese bastado para salvarnos a todos?
El padre Leo J. Trese responde en su libro La Fe Explicada que la ofensa cometida por Adán y Eva hacia Dios -es decir, el pecado original- fue de una malicia infinita. De tal modo que, aunque hubiera muerto toda la humanidad, desde Adán hasta nuestra época, le quedaríamos debiendo porque somos seres limitados, y todo lo que hagamos, será de valor limitado.
Actos de valor infinito
Así mismo solo Dios podía salvarnos, porque nada más Él puede hacer actos de valor infinito. Por ello, para nuestro pobre entendimiento, resulta incomprensible que Cristo Jesús, el Señor y nuestro Dios, tuviera que morir para quedar liberados de la muerte eterna, que bien merecida la tendríamos por haberlo ofendido tanto.
Sin embargo, con la obra de la Redención, podemos alcanzar la salvación y vivir eternamente con Dios en el Cielo. Pero, ojo: Dios no nos quita libertad ni violenta nuestra voluntad, es deber nuestro ganarnos esa entrada a la gloria, por ello, cada vez que veamos un crucifijo, besemos a Cristo y agradezcamos que nos haya amado tanto, pidiendo la gracia de corresponderle con nuestra vida entera.