¿Qué puedo hacer por las personas que están sufriendo la guerra en Gaza, en Ucrania y en tantos rincones del mundo, probablemente a miles de kilómetros de mí?
Esta es una pregunta que puede surgir espontáneamente al ver en nuestras pantallas imágenes de las guerras actuales.
Y la respuesta católica es: mucho, puedes hacer muchísimo, porque todos estamos relacionados, interconectados.
"Nuestra vida está conectada con todas las vidas". Como dice el Catecismo (1046), "la Revelación afirma la profunda comunidad de destino del mundo material y del hombre".
En la Iglesia católica, la unión entre las personas traspasa, además del espacio, el tiempo. Por eso se pide ayuda a santos que murieron hace siglos. El Youcat lo expresa así en su número 146:
"Todo lo que cada uno hace o sufre en y para Cristo, beneficia a todos. La conclusión inversa supone, desgraciadamente, que cada pecado daña la comunión".
Pequeñas acciones ante grandes problemas
Esto significa que podemos beneficiar a personas que sufren a miles de kilómetros o a miles de años de nosotros (y también a los que viven al lado, claro).
Podemos ayudar a quienes están en Gaza enviándoles una aportación económica a través de una ONG y ayudando a los refugiados que han llegado a nuestro país. Pero también indirectamente, cumpliendo con nuestras responsabilidades cotidianas y uniéndonos más a Cristo, que da la paz.
Y podemos ofrecer ese proceso espiritual conscientemente por las víctimas de la guerra, o por determinadas personas a las que queramos ayudar.
El sacerdote José Kentenich lo llamaba "comunidad de destinos", e invitaba a solucionar en el ámbito micro los grandes problemas.
Así, es posible descubrir la importancia y trascendencia que tienen los detalles aparentemente pequeños; aprender que en lo pequeño se juega lo grande.
Queda expresado en una oración de su libro de oraciones Hacia el Padre que puedes rezar para mejorar el mundo desde tu casa o allá donde estés:
Oración
Cuando estoy fatigado por el trabajo
y otros nuevos problemas
golpean ya a mi puerta:
En ellos repercuten tu ser y tu vida,
deciden su aflicción o acrecientan su dicha.
Cuando estoy ante decisiones importantes
y me resisto a emprender caminos
llenos de sacrificio:
En ellos repercuten tu ser y tu vida,
deciden su aflicción o acrecientan su dicha.
En Cristo Jesús nos ata
un estrecho vínculo:
estamos profundamente unidos
en sus santas llagas;
nosotros somos sus miembros,
Él la única Cabeza:
esta Buena Nueva
nadie nos la podrá arrebatar.
Como miembros de su Cuerpo
somos capaces de obtener méritos:
tenemos derecho
a la gracia y a la gloria.
Mientras seamos
verdaderamente sus miembros,
el Padre siempre
nos mirará con beneplácito.
Si en el ser
y en la vida
nos asemejamos a Cristo,
podremos extendernos
las manos unos a otros:
la santidad de uno
favorece a todos
a través de la sangre del Señor.
Así el amor a la Familia
nos da alas
para refrenar con ahínco
las malas pasiones
y esforzarnos
por la más alta santidad,
con vigoroso espíritu de sacrificio
y sencilla alegría.
La santificación propia
se torna amor a la Familia
Y le ayuda a cruzar
alegremente toda oscuridad;
atrae sobre ella
los ojos regocijados del Padre
y es para ella báculo certero,
el más seguro amparo.
Esa santificación
se orienta al apostolado
y de él vive,
e inflama con su ardor
el celo por las almas;
es un lazo potente, indestructible,
que nos une
a través de ciudades y de campos.