La oración es un pilar importante de la vida de cualquier cristiano, pero es uno de los fundamentos primarios de los consagrados y consagradas.
El Catecismo de la Iglesia Católica explica, en primer lugar, cómo los obispos, sacerdotes y diáconos deben orar y enseñar a orar a los demás:
"Los ministros ordenados son también responsables de la formación en la oración de sus hermanos y hermanas en Cristo. Siervos del Buen Pastor, están ordenados para conducir al Pueblo de Dios a las aguas vivas de la oración: la Palabra de Dios, la liturgia, la vida teologal (vida de fe, esperanza y caridad) y el "hoy" de Dios en las situaciones concretas".
La base de su vida religiosa
Además, todos los consagrados y consagradas necesitan tener la oración como base de su vida religiosa:
Muchos religiosos han consagrado toda su vida a la oración. Ermitaños, monjes y monjas, desde los tiempos de los padres del desierto, han dedicado su tiempo a alabar a Dios y a interceder por su pueblo. La vida consagrada no puede sostenerse ni difundirse sin la oración; es una de las fuentes vivas de la contemplación y de la vida espiritual de la Iglesia.
(CIC 2687)
Fuente de fidelidad a su ministerio
Tiene sentido lógico que un hombre o una mujer dedicados a la oración necesiten mantener una vida de oración constante.
Si una persona consagrada no bebe primero de las aguas de la oración, no tendrá energía para ser fiel en su ministerio.
Santa Teresa de Calcuta comprendió esta realidad de primera mano, pues siempre rezaba una hora santa cada día antes de trabajar con los más pobres de la sociedad.
La oración personal sigue siendo un pilar central de cualquier hombre o mujer dedicado a servir a la Iglesia.