Un Vía Crucis en la plaza de San Pedro el sábado por la noche, y dos misas, una presidida el sábado por el cardenal portugués José Tolentino de Mendonça, y otra el domingo por el cardenal surcoreano Lazzaro You Heung-sik: estas celebraciones constituirán un "puente" simbólico entre las JMJ de Lisboa 2023 y Seúl 2027, y conmemorarán el 40º aniversario de la idea lanzada por Juan Pablo II y continuada por sus sucesores.
De hecho, fue del 11 al 15 de abril de 1984 cuando Roma vio la primera afluencia de jóvenes de todo el mundo, ante la mirada atónita de los prelados vaticanos, poco acostumbrados a un ambiente tan festivo. Observando a la multitud desde la ventana de su piso, el anciano cardenal Carlo Confalonieri, nacido en 1893 y secretario del Papa Pío XI antes de la Segunda Guerra Mundial, confesó a sus allegados su emoción al ver a tantos jóvenes reunidos en torno al Obispo de Roma.
Muy amigo del Papa polaco, al que había conocido en Cracovia en los años sesenta, el laico italiano Marcello Bedeschi formaba parte del comité de cuatro personas encargado de organizar este primer encuentro, en colaboración con el Consejo Pontificio para los Laicos.
"Juan Pablo II nos hablaba siempre de los jóvenes, destacando su entusiasmo y su alegría de estar juntos". Como sacerdote, luego obispo y cardenal, organizó una serie de encuentros en Polonia que fueron, en cierto modo, los primeros pasos hacia la JMJ. Representaba una visión de la catolicidad como forma de relacionarse como hermanos. Cuando se convirtió en Papa, buscó desesperadamente una oportunidad para poner en práctica esta idea. Al final del Año Santo de la Redención, en 1983-84, nació la idea de un encuentro de reflexión y oración para jóvenes en Roma, para permitirles encontrarse con el Señor", confió a I.MEDIA el verano pasado, poco antes de la JMJ de Lisboa.
"Aquel primer encuentro, en 1984, atrajo a jóvenes de 80 países, lo que fue una gran sorpresa. Juan Pablo II aprovechó entonces el Año Internacional de la Juventud proclamado por la ONU para lanzar la idea de otro encuentro, en 1985. Este encuentro, de nuevo en Roma, también funcionó muy bien. Esto llevó a Juan Pablo II a escribir una carta formalizando la idea de las Jornadas Mundiales de la Juventud, que alternarían el nivel diocesano y un encuentro mundial, organizado cada dos o tres años", explica.
Como Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, el cardenal argentino Eduardo Pironio, beatificado el pasado mes de diciembre, desempeñará un papel decisivo en la promoción de la internacionalización de estos encuentros. Fue en Buenos Aires, la capital de su Argentina natal, recién salida de la dictadura, donde se organizó en 1987 la primera JMJ deslocalizada. Le siguieron dos ediciones organizadas en santuarios europeos, en Santiago de Compostela en 1989 y en Częstochowa, en una Polonia recién liberada del comunismo, en 1991.
A lo largo de los años, el pontífice polaco prestó mucha atención a la elección de las ciudades anfitrionas y al desarrollo de los programas. "Juan Pablo II supervisó personalmente todo el proyecto, incluidos todos los detalles y símbolos, como confiar a los jóvenes la cruz de la JMJ, para que pudiera ser llevada por todo el mundo. Este enfoque se concretó incluso en lugares impensables, como cuando la cruz fue llevada clandestinamente más allá del Telón de Acero, en los países comunistas. Recuerdo aquellos viajes con gran intensidad", recuerda Marcello Bedeschi.
Un símbolo de la globalización de la fe católica
Más tarde, las JMJ tomarían el aspecto de los "Juegos Olímpicos de la Fe", encarnando la imagen de una Iglesia globalizada, con las ediciones de Denver en 1993, Manila en 1995 y París en 1997, que vieron a los jugadores de las diferentes "capillas" del catolicismo francés arremangarse juntos para acoger a jóvenes católicos de todo el mundo. La misa final en el hipódromo de Longchamp reunió a más de un millón de participantes, convirtiéndose en uno de los mayores encuentros de la historia de Francia y atrayendo una enorme cobertura mediática.
El regreso a Roma para la siguiente edición, organizada en el marco del Jubileo del Año 2000, brindó a Juan Pablo II, debilitado por la enfermedad, la oportunidad de transmitir a los jóvenes un mensaje de esperanza para el nuevo milenio que comenzaba. Muchos de los jóvenes peregrinos presentes creyeron que se trataba de su último encuentro con Juan Pablo II, pero el Papa polaco aún encontró fuerzas para cruzar el Atlántico dos años más tarde, para participar en la JMJ de Toronto en 2002, en un ambiente más serio, marcado aún por los atentados del 11 de septiembre de 2001, ocurridos menos de un año antes.
Un modelo perpetuado por Benedicto XVI y Francisco
Presentado inicialmente como más tímido que su predecesor y menos a gusto con las grandes concentraciones, Benedicto XVI perpetuó el modelo de las JMJ con las ediciones de Colonia, en su Alemania natal, pocos meses después de su elección en 2005, luego Sídney en 2008 y Madrid en 2011.
Animó a los organizadores a dar más espacio a los momentos de interioridad, silencio y adoración, que atrajeron inesperadamente a cientos de miles de jóvenes. Su presencia serena en medio de una dantesca tormenta en el encuentro final de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid permanecerá como una de las imágenes impactantes de su pontificado, demostrando la lealtad de un Papa que permanece cerca de su pueblo a pesar de la tormenta.
Elegido en marzo de 2013, el Papa Francisco realizó su primer viaje internacional a Brasil en julio siguiente, con motivo de la JMJ de Río. Ante tres millones de fieles, entre ellos muchos jóvenes de toda América Latina, el primer papa original del hemisferio sur tocó el alma de su continente natal con su sencillez y espontaneidad, sin dejarse desestabilizar por los "fallos" de la organización, en particular un error de su escolta, que nada más llegar metió su coche en un atasco.
En Cracovia en 2016, en Panamá en 2019 y finalmente en Lisboa en 2023 -JMJ aplazadas un año a causa de la pandemia-, el Papa Francisco ha multiplicado sus gestos de atención hacia los jóvenes en busca de fe y fraternidad.
Aunque las JMJ organizadas a nivel diocesano, que ahora se celebran cada domingo de Cristo Rey, nunca han tenido el mismo impacto que estos encuentros internacionales, el modelo de las JMJ sigue siendo una herramienta central para evangelizar a los jóvenes. La atención prestada a Asia, con el encuentro previsto en Seúl en 2027, también ofrece una valiosa indicación de dónde está creciendo el catolicismo en todo el mundo.
Y aunque el coste de las JMJ ha suscitado a veces controversia, Marcello Bedeschi ve en estos encuentros sobre todo una inversión en el futuro.
"Una de las cosas que más me conmueven son las vocaciones que nacen durante la JMJ: vocaciones al sacerdocio, a la vida religiosa, a la vida familiar, a una carrera profesional… Para muchos jóvenes, incluso en tiempos de crisis, la JMJ ha supuesto un impulso decisivo para su vocación y su orientación. Esto es algo de lo que deben ser conscientes los sacerdotes y los responsables de los movimientos católicos", insiste.
El octogenario italiano se alegra de ver cómo una nueva generación toma la antorcha de este evento, que ahora dirige desde Roma la Sección Jóvenes del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida.