Todos tenemos una sed natural de estudiar y ejercer nuestro conocimiento. De niños éramos infinitamente curiosos y nos aventurábamos en lo desconocido, a veces por nuestra cuenta y riesgo. El conocimiento es una fuerza motriz que nos lleva a explorar el mundo que nos rodea y nuestro interior.
La búsqueda del conocimiento no debe ser un fin en sí mismo. El célebre teólogo Tomás de Aquino nos recuerda, en su Suma teológica, que el studium (la aplicación aguda de nuestras mentes) ofrece un camino hacia algo más profundo que el mero logro intelectual.
Aquino señala que, aunque a menudo el conocimiento parece ser el objetivo principal del estudio, el acto mismo de estudiar es una disciplina. Piensa en las largas noches dedicadas a los libros de texto, las horas pasadas estudiando ideas complejas, las discusiones aparentemente interminables con compañeros de estudio y profesores.
Está claro que estudiar no es solo memorizar datos. Se trata de ejercitar la mente y fortalecerla para los retos de la vida. En más de un sentido, estudiar es ejercitar los músculos de nuestra mente.
Formar el carácter
Esta disciplina forma nuestro carácter de maneras sutiles pero esenciales. Piensa, para empezar, en estas tres:
1Humildad
Con cada nuevo tema, con cada concepto dominado, te das cuenta de que siempre hay más que aprender. Nunca se llega a dominar nada. Cuanto más sabes, más sabes lo que no sabes. Estudiar fomenta la voluntad de reconocer nuestra propia ignorancia, abriéndonos a un mayor crecimiento.
2Diligencia
El verdadero estudio requiere persistencia, resistencia. Nos enseña a superar las distracciones, a mantener la concentración, a afrontar la frustración, a reconocer el fracaso y a empezar de nuevo una y otra vez. Son cualidades que se aplican a innumerables ámbitos de nuestra vida.
3Discernimiento
La cantidad de información a la que uno se enfrenta cuando estudia puede resultar a veces abrumadora. El estudio nos ayuda a desarrollar el pensamiento crítico para separar la verdad de la falsedad, lo superfluo de lo esencial, el argumento principal de una nota a pie de página, una buena idea de una mediocre, lo bueno de lo perjudicial… y esto, no solo en el mundo académico, sino también en la avalancha diaria de noticias y opiniones.
Pero el valor del estudio es aún más profundo. El Aquinate sostiene que el orden y la concentración que cultivamos a través del estudio nos preparan para abordar una amplia gama de cuestiones que van más allá de lo meramente intelectual.
Estamos mejor preparados para tratar asuntos prácticos y utilizar nuestros conocimientos para tomar decisiones responsables para nosotros mismos y para nuestras comunidades.
La próxima vez que te preguntes por qué estás leyendo algo que parece estar demasiado alejado de la necesidad cotidiana de hacer las cosas, ten en cuenta que las materias aparentemente inútiles no te están enseñando qué pensar, sino cómo pensar.
Informar nuestras vidas
Este es un principio católico clave: la fe y la acción, como el cuerpo y el alma, están entrelazadas. Nuestra comprensión del mundo, moldeada por nuestros estudios, debe informar nuestra forma de vivir: servir a los demás, trabajar por una sociedad justa y honrar nuestra relación con Dios y con el prójimo.
Así pues, sí, busquemos el conocimiento. Pero recordemos que el verdadero poder del estudio no está en lo que aprendemos, sino en lo que llegamos a ser. Como católicos, que nuestros estudios sean un testimonio de nuestra fe: un compromiso con el crecimiento intelectual al servicio de una vida de virtud.