En una escena crucial hacia el principio de Hustle, Stanley Sugerman (Adam Sandler) recibe un consejo de su jefe, Rex (Robert Duvall): “Nunca te rindas”. El consejo llega después de haber visto a su subordinado claudicar en un careo con el hijo de Rex. Stanley, quien en sus inicios como ojeador de baloncesto no toleraba estupideces de nadie, hoy parece doblar el espinazo y aceptar rendiciones. Su jefe le recuerda quién era y le sube de grado: ya no será ojeador, sino entrenador con despacho.
Esto es un alivio para Stanley porque su oficio de buscador de fichajes deportivos le obliga a viajar de continuo, a tomar aviones y desplazarse no solo por Estados Unidos: también por otros países. Durante esos trayectos el ojeador estaba lejos de su familia. Por culpa del trabajo, Stanley siempre se ha perdido los cumpleaños de su hija y no se lo perdona. Se trata de un hombre ya entrado en la mediana edad, al que solo sostiene el amor de su mujer, Teresa (Queen Latifah), y de su hija, Alex (Jordan Hull), y quien ve cumplida una meta cuando Rex lo designa entrenador del equipo.
Apenas unas horas después Rex fallece y el hijo del jefe (interpretado por Ben Foster) le ordena que abandone el nuevo cargo y vuelva a reclutar jugadores porque necesitan un fichaje estrella: “Eres valioso como entrenador, pero indispensable como ojeador”. A partir de entonces Stanley debe volver a sus rutas y recae en el pesimismo. Cuando su mujer le pregunta si va a renunciar a su sueño de ser entrenador, él responde: “Los cincuentones no tienen sueños. Tienen pesadillas y dermatitis”.
En un viaje por España descubre, durante un partido nocturno y callejero, a una promesa: un muchacho competitivo y dueño de una gran destreza con la pelota que se llama Bo Cruz (Juancho Hernangómez); el chico vive con su madre y con su hija y trabaja en la construcción. Decidido a convertirlo en una estrella de la NBA, Stanley se lo lleva a Estados Unidos. Las cosas, sin embargo, no serán tan fáciles como parecían al principio. El ojeador tendrá que luchar contra las dudas, el escepticismo y la desconfianza de sus superiores.
Entrenadores fracasados en busca de redención
Hustle, que en España han titulado Garra no sabemos muy bien por qué motivo, es una de las sorpresas del catálogo de Netflix. Una pequeña joya casi oculta, de ésas que el actor Adam Sandler protagoniza de vez en cuando y en las que cambia la risa pura por la tragicomedia, dando vida a personajes emocionalmente rotos o situados en el camino de la pérdida o sin muchas posibilidades de futuro; podemos citar al respecto Embriagado de amor, En algún lugar de la memoria, Hazme reír, The Meyerowitz Stories o Diamantes en bruto, todas ellas buenas películas con interpretaciones memorables de Sandler, un actor a quien en los premios de Hollywood deberían hacer justicia ya mismo.
La gran baza de Hustle, dirigida por Jeremiah Zagar, es el propio Sandler. Y el personaje que construye: uno de esos entrenadores fracasados que, por culpa de la autodestrucción o porque no les han dejado avanzar, se lo juegan todo a una carta porque creen en su intuición.
Películas como Hoosiers, Moneyball, The Way Back, Un domingo cualquiera o El peor equipo del mundo, en las que el entrenador de turno logra redimirse al intentar conducir al equipo a la gloria y se esfuerza tanto que perder un partido no es un fracaso porque al menos pusieron corazón en ello, como nos demuestra Sylvester Stallone en muchos de sus largometrajes.
Las películas de este género son “motivacionales”, inspiran a quienes las ven y les empujan a creer en sí mismos. Stanley intenta enseñar a Bo que no basta con ser bueno en algo: “La obsesión siempre gana al talento. A ti te sobra talento, pero ¿estás obsesionado?”. Le dice que, en el fondo, un jugador está en lucha contra sí mismo. Hay que aprender a tener templanza y autodominio. Cuando parece que no van a conseguir los objetivos marcados, otro personaje dice que hay que darse tiempo: “Todos adoran las historias de redención”.
Aquí la redención aparece por partida doble: para Sugerman es necesario alcanzarla, pero también para Cruz. Ambos personajes se enfrentan a una triple lucha: contra sí mismos, contra quienes no parecen creer en ellos y contra la soledad que sienten en esos días en los que no pueden ver a sus familias. En el filme hay un homenaje implícito a la necesidad de estar con los hijos y las esposas.
Para fans del deporte, añadiremos que en la película aparecen muchos famosos del entorno del baloncesto, la mayoría de ellos interpretándose a sí mismos: jugadores, entrenadores, etcétera. Es otro aliciente más de una historia que nos reconforta.