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¿Ha pensado alguna vez cómo la jardinería puede ayudar a los niños a crecer espiritualmente? Siendo una práctica que existe al menos desde el Neolítico, es natural que la jardinería ofrezca una gran riqueza de metáforas para el crecimiento espiritual.
Al igual que en la parábola del sembrador, donde las semillas caen en distintos tipos de tierra, nuestras vidas ofrecen un terreno fértil para cultivar las virtudes.
En la tradición católica, figuras como Santo Tomás de Aquino, siguiendo a Aristóteles, exploraron el concepto de potencia y acto, utilizando a menudo la metáfora del potencial que encierra una semilla para convertirse en una planta floreciente.
Cultivar un huerto con los niños no es solo una actividad divertida, sino una forma poderosa de alimentar los corazones jóvenes.
Cultivar el respeto por la creación
Al igual que una semilla encierra el potencial de una magnífica floración, los niños poseen una capacidad inherente para la virtud. La paciencia, el cuidado y el respeto por la creación son semillas que podemos ayudar a cultivar a nuestros hijos. Mientras labramos la tierra y plantamos nuestras semillas con ellos, les mostramos la importancia de la perseverancia.
El lento y constante proceso de crecimiento refleja el desarrollo de un buen carácter. Les explicamos el ciclo de la vida: la dependencia de la luz del sol y la lluvia, de los tiernos cuidados y, tal vez, incluso de la delicada danza entre el depredador y la presa, si es que algún bicho decide comerse nuestras plantas.
Esto fomenta el sentido de admiración por la creación de Dios y la responsabilidad de cuidarla, en consonancia con el mensaje de Laudato Si sobre la protección del medio ambiente.
Un pequeño brote que se abre paso en la tierra es una lección tangible de esperanza y del poder de la nutrición. Cuando los niños riegan las plantas y las ven florecer, aprenden la importancia de la responsabilidad y la alegría de cuidar algo precioso.
La cosecha (ya sean tomates gordos, girasoles o simplemente una planta de interior a la que le han salido hojas nuevas) se convierte en una celebración de sus esfuerzos y una recompensa por su paciencia. Así, la jardinería ofrece oportunidades para hablar de los valores católicos.
La parábola del sembrador
El ciclo de la siembra y la cosecha conecta perfectamente con la parábola del sembrador en la que Jesús subraya la importancia de recibir la palabra de Dios con el corazón abierto.
Puedes incluso contar la parábola a tus hijos una y otra vez, ya que a menudo les encanta escuchar la misma historia una y otra vez. Además, la delicadeza de los semilleros puede dar lugar a grandes debates sobre la dulzura y la compasión. Incluso el acto de escardar puede ser una metáfora para eliminar la negatividad de nuestras vidas.
A través de la experiencia compartida de cuidar un jardín, no solo embellecemos nuestro entorno, sino que también cultivamos una conexión más profunda con nuestros hijos y con la creación de Dios. Como nos recuerda el Papa Francisco en Laudato Si', "labrar la tierra, sembrar semillas y recoger la cosecha son actividades impregnadas de una gracia especial" (Laudato Si', 9).
Cultivar un huerto con los niños es una forma maravillosa de vivir esta gracia, plantando semillas no solo en la tierra, sino también en los corazones y las mentes de la próxima generación.