Cuando se habla de autoridad nos preguntamos: ¿cómo podemos establecer un clima de confianza entre padres e hijos, o incluso entre directivos y subordinados? ¿Cuáles son los escollos que hay que evitar?
1Control
A veces se confunde autoridad con control. Tener autoridad es poder decidirlo todo uno mismo, por los demás. ¿Quién no ha intentado alguna vez comprobar si todo ha ido según lo previsto o, quizás más honestamente, si todo ha ido según "mi plan"? Hay una gran diferencia entre querer dirigir el orden de los acontecimientos y dar indicaciones para que la otra persona siga el camino correcto
2Crítica
La autoridad corrige, por supuesto. No hay autoridad sin verdad. Pero cuidado con las críticas que ahogan, con las palabras hirientes que cortan las alas. Destacar un fallo o un error para que la otra persona progrese no significa insistir y señalar con el dedo una y otra vez. Ejercer una buena autoridad exige saber pasar página y restablecer la confianza, quizá poco a poco, mientras que la crítica te encierra en tus errores del pasado.
3humillACIÓN
La persona que ejerce la autoridad puede tener la tentación de desahogarse si la otra persona no ha respetado los límites establecidos. La humillación engendra resentimiento y amargura.
Entonces, ¿qué podemos hacer cuando se ha dañado el marco para el correcto ejercicio de la autoridad? "Busca primero el reino de Dios y su justicia" (Mt 6,33). Buscar la justicia, pues, una búsqueda teñida de un profundo conocimiento de que la otra persona es ante todo un hijo de Dios. Tiene una dignidad excepcional a los ojos del Padre, que exige que nos dirijamos a él con respeto.
4JUICIO
La buena autoridad requiere discernimiento entre el Bien y el Mal. Las personas que ocupan puestos de autoridad se verán inevitablemente confrontadas a situaciones en las que tendrán que corregir y reorientar a los demás hacia el Bien. Sin embargo, corregir no significa condenar. Cristo mismo se lo dijo a la adúltera: "Yo tampoco te condeno. Vete y no peques más" (Jn 8,11).
El mensaje dado por una autoridad justa es claro: "No peques más". Para ello será necesario perdonar 70 veces siete, por lo que nunca debemos desesperarnos por las caídas de los demás, ni por las caídas de la persona que ejerce la autoridad. Perseverar, volver a servir, amar siempre: ésta es la clave para evitar todas las trampas de la buena autoridad.