"Entonces Jesús dijo a sus discípulos: 'El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga' (Mt 16, 24). ¡Qué anacrónicas suenan esas palabras en la actualidad! Cristo nos invita a renunciar a nosotros mismos. ¿Cómo se atrevió a tanto?
Tales parecen ser las palabras de los hombres y mujeres de este tiempo, en el que se alaba el "yo" con el nombre de "alta autoestima", por eso es inaudito que Jesús nos siga pidiendo que renunciemos a lo más valioso que tenemos: nuestro ego.
No perder de vista lo importante
El mundo ofrece muchas alternativas que nos apartan de lo trascendente. En la actualidad existe una multitud de distractores que se acercan demasiado a la advertencia de Jesús sobre los "falsos profetas", cuyas ofertas buscan facilitarnos la vida.
No está mal que deseemos agilizar los procesos, pero entrar al campo de acortar los sufrimientos y la vida por miedo al sufrimiento, nos separa del misterio de la cruz, donde Cristo entregó su vida por nuestra salvación.
Es donde debemos detener nuestra carrera y pensar, ¿qué pasará conmigo el día que muera? Pues es cuando necesitamos hacer un recuento de lo que hemos hecho y de lo que vendrá al final, pues aunque tengamos una buena salud, un cuerpo envidiable y una posición económica favorable, de nada nos servirá si perdemos nuestra alma.
Aprender a renunciar
Por eso, es fundamental que procuremos distinguir lo bueno de lo mejor, porque lo malo no puede ser parte de la vida del cristiano. Por más que el mundo nos deslumbre con sus ofrecimientos, no cambiarán los mandamientos ni las enseñanzas evangélicas.
Aprendamos a renunciar a lo que nos causa placer para que comencemos a gobernar nuestros sentidos y seamos capaces de abrirnos a las necesidades del hermano en infortunio. Solo así podremos dar sentido a nuestra existencia y alcanzar el cielo.