La historia de la salvación es una gran historia de encuentros. De distintas maneras habló Dios a los hombres, y de distintas maneras nos habla a cada uno de nosotros. Los relatos que encontramos en la Biblia y en la tradición de la Iglesia dan testimonio de lo que ocurrió entre personas concretas y Dios.
¿Cómo me encuentro yo en ellas? ¿Las palabras que Jesús dirigió a los discípulos de Galilea se aplican a mí tanto como a ellos?
Mi lugar en la historia de la salvación
La Biblia contiene un mensaje universal. Toda persona, independientemente de su época, puede encontrar un contenido importante en sus textos. Por eso hay que leer la Biblia no como una historia de tiempos pasados, sino como un libro actual, relacionado con lo que estamos viviendo.
Esto no significa que para cada acontecimiento descrito en la Biblia tengamos que buscar analogías en nuestra vida. Tampoco significa que, al encontrarnos en situaciones similares a las de los personajes bíblicos, debamos reproducir su comportamiento.
Esto se aplica tanto a los santos como a Cristo mismo, cuya imitación se ha convertido en el ideal de la vida cristiana en la tradición.
Sí, es posible e incluso necesario llegar a comprender las intenciones que tenía Jesús. Es más, en eso consiste esencialmente imitarle: en sintonizar nuestro interior con los motivos que impulsaron a Jesús. En otras palabras, imitar a Cristo es mirar sus acciones y abrir el corazón a su Espíritu.
Cada encuentro con Jesús que leemos en el Evangelio es una oportunidad para nuestro encuentro con Él. Sin embargo, debemos recordar que la historia de la salvación está aún en curso.
Nuestro papel es distinto
Nuestro papel en ella es diferente del de los primeros discípulos. Por eso, cuando leamos, por ejemplo, la descripción de la vocación de alguien, no lo tomaremos todo directamente para nosotros. En el Evangelio mismo, además, vemos cómo Jesús se dirigió de manera diferente a cada persona:
Y mientras iban por el camino, alguien le dijo: "Te seguiré a donde quiera que vayas". Jesús le respondió "Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza".
A otro le dijo: "Sígueme". Este, a su vez, respondió: "Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre". Él le respondió: "Deja que los muertos entierren a sus muertos, pero tú vete a anunciar el Reino de Dios".
Otro dijo: "Señor, quiero seguirte, pero déjame primero despedirme de los míos en casa". Jesús le respondió "El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás no es apto para el reino de Dios". (Lc 9, 57 - 62)
Una higuera y un nombre pronunciado
Una lectura atenta de los Evangelios lleva a la conclusión de que Jesús trata a cada persona de forma muy individual. Sí, en las Escrituras encontramos extensos pasajes sobre principios generales de conducta, como el Sermón de la Montaña o los discursos misioneros.
Pero hay pasajes de la Biblia cuyo significado parece residir en su singularidad. Tomemos, por ejemplo, la escena de la llamada de Natanael (Juan 1, 45 - 51).
Jesús le dice al futuro discípulo: "Te vi antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera". Después de estas palabras, Natanael confiesa: "¡Rabí, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel!"