Una cola un poco larga en el supermercado, un capricho de un niño, el mal humor de un colega, un cónyuge que es de una lentitud exasperante … Todos los días, nuestra paciencia se pone a prueba. Sin embargo, ser paciente puede dar grandes servicios y ayudar para vivir con serenidad.
Primero seamos pacientes con nosotros mismos. La primera persona a la que debemos dar muestra de paciencia es a nosotros mismos. Si no nos aceptamos como somos, con nuestras lentitudes a progresar, nuestras repetidas caídas, nuestras faltas y nuestros límites, no podremos aceptar los otros.
“Cuántas agresiones dirigidas hacia el otro no son más que ajustes de cuentas con uno mismo… Los padres hacen la cruel experiencia cuando sus hijos les devuelven sus propias faltas “, advierte el padre Pascal Ide.
Orar para pedir paciencia
Ser paciente con uno mismo no es enorgullecerse. Es hacer la voluntad de Dios de ser paciente consigo mismo, ya que Dios mismo es paciente. Para adquirir esta paciencia, es esencial tomar el tiempo para exponerse a la luz del Espíritu Santo.
Tienes que rezar, especialmente cuando estás tenso, nervioso o muy cansado. Es en la oración que podemos ser plenamente nosotros mismos, en paz. Es la mirada de amor que Dios nos pone lo que nos permite aceptarnos tal como somos, con cariño y paciencia.
La fatiga, primer enemigo de la paciencia
Cada uno sabe que todo lo que ataca y perturba nuestro organismo reduce nuestras capacidades de paciencia. Sepámoslo para tenerlo en cuenta. Es cierto que no siempre es posible dormir suficientemente, ni evitar el ruido, la acumulación de fatiga, las preocupaciones, pero es necesario saber que nuestros estados de ánimo están profundamente relacionados con nuestro estado físico.
Y cuanto más tenso y fatigado uno esta, más se tiende a acumular artificialmente los motivos de tensión y de fatiga. Tienes que saber decir: “¡Alto! No puedo más! “
Pedirle perdón al Señor y a nuestra familia por nuestras faltas de paciencia, tomar grandes resoluciones, está bien, pero es posible que tengamos que empezar con dormir más, y más si nuestras otras obligaciones sufren.
Debemos decidir organizarnos de manera a guardar cada día, cada semana un poco de tiempo “para sí mismo”, respirar, relajarnos, descansar y … rezar.
La paciencia es exigente
La paciencia requiere una cosa a la vez. Cuando un niño aprende a caminar, se le anima a dar un paso, luego otro … y así es como, paso a paso, puede cruzar largas distancias. Pues es así como crecemos: nada se logra de una sola vez, nunca tenemos “todo, de inmediato “.
Y si algunos progresos parecen deslumbrantes, es más a menudo porque se han preparado de manera invisible, como el grano que ha caído en la tierra germina discretamente, antes de dar a luz una magnífica planta.
Estamos frecuentemente tentados a forzar el crecimiento del grano, a riesgo de agotarlo, a exigir demasiado, demasiado pronto, de nuestros hijos, de nuestros cónyuges, de nuestros parientes, de nuestros colegas …
Ser paciente es manifestar confianza
Ser paciente es, a veces, esperar contra toda esperanza. Muchos padres de niños discapacitados nos dan, en este sentido, luminosos testimonios. Al aceptar caminar paso a paso con su hijo, rechazando con la misma energía el derrotismo y las falsas esperanzas, logran maravillas, donde los especialistas más eminentes se rinden.
Ser paciente es perdonar “setenta veces siete veces” como Dios mismo nos perdona. Es repartir después de cada fracaso, levantarse después de cada caída, negarse a dejarse llevar por el desánimo.
Nuestros hijos, especialmente durante el período tan frágil de la adolescencia, tienen una necesidad infinita de nuestro perdón y de nuestros estímulos.
Cuando nuestra paciencia se pone a prueba, dirijámonos a Aquel que es la fuente de todo amor, para que Él nos dé tesoros de paciencia: nuestros hijos los necesitan para crecer en la alegría.
Por Christine Ponsard