Podemos y debemos “bendecir” todo: en todas las cosas dar gracias a Dios. La bendición cristiana es un legado de la bendición judía, es un componente fundamental de nuestra relación con Dios y con la creaciónHay una doble bendición.
La primera es descendente, es la mirada de benevolencia y misericordia que Dios pone en la Creación.
El libro del Génesis es una muestra de ello. En cada etapa de su obra creadora, el Señor contempla a todos aquellos seres que nacen de su sabiduría y amor, “Y Dios vio que esto era bueno” (Gn 1:10).
Somos bendecidos porque somos creados, somos bendecidos aún más porque somos recreados: Dios “nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo” (Ef 1, 3).
En este sentido, bendecir es poner o colocar una criatura, o una cosa, o una actividad, de nuevo en la gracia de Dios.
Los padres bendicen voluntariamente a sus hijos. El Ritual de Bendiciones tiene bellos textos para bendecir compromisos, cónyuges, familias, peregrinos…
También bendice objetos de piedad, como una cruz o una estatua, y también es posible bendecir una obra, una casa, un coche, etc. ¿Y por qué no los animales?
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¡Qué bonito es bendecir a los seres queridos!
Esta bendición descendente requiere una bendición a cambio, ascendente, de la Tierra al Cielo: nos corresponde a nosotros dar gracias, bendecir a quien nos bendiga. Este es el significado del sacrificio en la Antigua Alianza.
Simbólicamente, significa que todo nos es dado, y que todo debe de alguna manera ser devuelto a su origen, puesto en su perspectiva adecuada. Esto se logra de la manera más perfecta en el sacrificio de Cristo.
“Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre” (Jn 13, 1), Jesús hace de su vida y muerte una “Eucaristía“, es decir, un “gracias” a su Padre.
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Cuando el Apóstol invita a ofrecer nuestra persona y nuestra vida “como un sacrificio santo, capaz de agradar a Dios”, nos invita a entrar en la verdadera adoración: no sólo a pronunciar una fórmula ritual, sino a hacer de nuestra existencia una bendición.
Es en este sentido que la primera petición del Padre debe ser entendida: “Santificado sea tu nombre“. No es un deseo piadoso. Es un compromiso para hacer de todas las realidades de nuestra existencia una celebración de la gloria de Dios.
Todas las realidades, incluyendo el mundo animal, están invitadas a alabar: el cielo y la tierra, las bestias y los rebaños, los peces del mar y los pájaros del cielo (Dan 3:51-90).
El Cántico de las Criaturas de san Francisco de Asís se hace eco de ello, y más aún su predicación a los pájaros, su diálogo con el Hermano Lobo…
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Todo esto es muy cristiano, lo único: no confundir la bendición de un animal con un bautismo.
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