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Durante todo el día, nuestra imaginación es bombardeada por pequeños pensamientos negativos sobre el pasado o el futuro, sobre la forma en que deberían pasar las cosas. Pueden empezar a lastrarnos ya desde que nos despertamos.
Abrimos un ojo y el pequeño desfile de las preocupaciones hace su entrada: inquietud sobre un hijo, recuerdo de una frase desagradable que dijo la jefa ayer, duda sobre el amor de nuestro cónyuge o sobre nuestra capacidad para hacer cierto trámite…
Comenzamos nuestra jornada con pensamientos del estilo de: “Nunca me atreveré”, “No lo lograré”, “Tengo la mala impresión de que…”. Estas ideas tienen a menudo su origen en el miedo y nos empujan a tomar las armas para un combate que no es el bueno, contra la sociedad, el vecino, los colegas, la familia, la Iglesia…
Son pensamientos que quizás se apoyen sobre un fondo de verdad o quizás sean totalmente fruto de nuestra imaginación. Sin embargo, si nos detenemos en ellos, se convierten en parte de nosotros y pueden hacernos muy infelices. A continuación, disponéis de consejos para luchar contra esos pensamientos que nos impiden abordar la vida con serenidad.
Las consecuencias de los pensamientos pesimistas para la vida cotidiana
Los pensamientos negativos están presentes en nuestro espíritu. Son el burbujeo habitual de nuestra naturaleza herida y orgullosa, que san Pablo llama “la carne”, es decir, todo aquello en nosotros que rechaza a Dios (Rm 8,5-8). Pero el Maligno se sirve de ellos para entrar en nosotros, para amplificarlos y volverlos obsesivos.
Aunque nuestra vocación es el amor, entonces, el eje del combate espiritual va a colocarse sobre nuestras relaciones con el prójimo, con Dios y con nosotros mismos para desviarnos de esa finalidad. La principal puerta de entrada del demonio está en nuestros pensamientos y nuestra imaginación, primer lugar del combate.
Su conversión, su purificación, son el comienzo de nuestro camino de santidad. Antaño, en el lenguaje de la vida espiritual, se llamaba a esta lucha “la guardia de los pensamientos”. Hoy, ya no se habla de ello y, sin embargo, el combate sigue siendo el mismo.
Esos pensamientos afectan a nuestro humor e influyen en nuestro comportamiento. Determinan también nuestra vida futura, cuando nos empujan a tomar decisiones importantes. Si no somos felices, hay que examinar las impresiones que mantenemos.
Ideas a las que damos vueltas
Nuestro malestar puede venir de ideas negativas a las que damos vueltas desde hace años en la cabeza: “Mis hermanos y hermanas siempre han tenido más amigos que yo, no sé qué hacer, no soy interesante, así que me callo”.
Así, construimos a nuestro alrededor una fortaleza para escapar de nuestros pensamientos sombríos: “De todas formas, la gente es decepcionante”. Y cuando alguien se nos acerca, nos mostramos agresivos para no vernos decepcionados. Así, esta fortaleza que debía liberarnos de nuestros pensamientos negativos se convierte en una auténtica prisión en la que no somos libres de amar.
Esos pensamientos afectan, por tanto, a nuestras relaciones con los demás. El Maligno siempre intentará hacernos creer que hay algún malestar con alguien de nuestro entorno. “He tenido un desacuerdo durante una reunión con mi jefe, siento amargura hacia él porque imagino que está molesto conmigo, eso me evita pensar en lo que he hecho.
Y de vez en cuando, con mis colegas, diré cosas malas de él”. “La boca habla de la abundancia del corazón”, dijo san Mateo (12,34). Rápidamente, divulgamos nuestros juicios sobre una persona y luego es muy difícil sentirse cómodo con ella. Algunos tienen tantos malos pensamientos sobre los demás que la relación se vuelve imposible.
Discernir los pensamientos imaginarios de los temores legítimos
Es imperativo decidir en un primer momento no admitir todo lo que pueda pasarnos por la mente ni tomarlo como algo serio. En cuanto surge un pensamiento, nos toca a nosotros confrontarlo con la Palabra de Dios. San Ignacio nos enseña el discernimiento. Según él, el Espíritu Santo nos habla palabras de paz y de amor.
Por el contrario, Satanás, nos susurra palabras de duda y de miedo. La forma en que el pensamiento resuena en nosotros nos permite juzgarlo: ¿nos causa paz o angustia? Podemos dedicar cierto tiempo, por ejemplo, antes de levantarnos o durante nuestra oración, para realizar una clasificación de nuestros pensamientos, entre aquellos que se fundamentan sobre una realidad y aquellos que solo son fruto de nuestra imaginación. Para ello, conviene saber prestar atención a los demás, sobre todo a quienes tienen la gracia de arrojar luz sobre nuestros temores o nuestras huidas.
Permitir que Dios actúe
Sin embargo, algunos temores pueden ser legítimos: un adolescente con fracaso escolar, una mujer deprimida, un niño discapacitado… Es normal que eso nos afecte y que tardemos tiempo en restablecernos. Es la perspectiva con que miramos nuestros sufrimientos la que lo cambia todo. Si nos pasamos el día rumiando nuestro sufrimiento, nos encerramos en nuestros pensamientos y no permitimos que Dios actúe en nosotros.
Cuando nuestra vida ya no tiene sentido y esta espiral de pensamientos desalentadores comienza a succionarnos, aferrémonos a la Palabra de Dios y repitámosla con confianza. Recuperaremos pie más rápido. Con frecuencia, leemos la Palabra de Dios como un texto. Nos olvidamos de que es un arma poderosa y eficaz. “Tomen el casco de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios” (Ef 6,17). Dios solo tiene una palabra, la de Jesús, el Verbo encarnado, y Jesús actúa.
Dominar la sensibilidad no equivale a sofocarla
Pero cuidado, Dios no nos pide que dejemos de sentir emociones, cólera, impaciencia, tristeza… Nos pide que las gestionemos para que ocupen su justo lugar. Incluso si tenemos miedo debemos actuar en consecuencia, como Jonás en Nínive (Jon 1,1). Así, nos liberamos de sus cadenas. Si logramos permanecer serenos en la adversidad, comenzamos a adquirir madurez espiritual. Extraemos nuestra fuerza de la alegría del Señor, como dice Nehemías (Ne 8,10), y no de las circunstancias.
Por tanto, luchar contra los pensamientos negativos es una cuestión fundamental si queremos crecer. Dios sigue contando con nosotros, incluso en nuestras dificultades. Fue Dios quien dijo a Josué: “¿Acaso no soy yo el que te ordeno que seas fuerte y valiente? No temas ni te acobardes, porque el Señor, tu Dios, estará contigo dondequiera que vayas” (Jos 1,9). Hay que tomar la decisión de vivir más profundamente, más allá del nivel de nuestras emociones, al nivel de nuestro corazón profundo. Todos estamos llamados a la unificación interior que nos hace más disponibles a los acontecimientos de la vida. Dios puede por fin desplegar en nosotros aquello que quiere.
Se impone una disciplina cotidiana para liberarse de los pensamientos negativos
Para liberarse de los pensamientos negativos, necesitamos un poco de tiempo y de energía para comenzar. Es una auténtica ascesis de todos los días para ganar la batalla. Nos preparamos para ello ofreciendo la jornada para no dejarnos atrapar por las situaciones negativas. Cuando constatamos un pensamiento pesimista, decidimos inmediatamente no demorarnos en él. Respondemos a los planes del demonio si aceptamos esas ideas parásitas y luego las mantenemos.
Una buena manera de combatirlas es alabar al Señor. Permanecer en la acción de gracias intentando bendecir a las personas con quienes la relación es complicada. También podemos hacer una “oración exprés”, como “Jesús, confío en ti” o bien “María, ayúdame”, con una llamada a la ayuda de Dios, o bien decir un versículo de la Biblia. Cuanto más meditemos sobre lo que es bueno y verdadero en el corazón de las personas y en las situaciones, menos pensamientos negativos tendremos. Al principio, es difícil, pero el dominio de nuestra imaginación va mejorando poco a poco.
Para ello, debemos nutrirnos más de la Palabra de Dios y aprenderla. Puede darnos una orientación real cuando nuestras emociones, tan fluctuantes, nos hacen frágiles. La mejor manera de interrumpir un esquema de pensamiento es proclamar la Palabra de Dios en voz alta y salir de la imaginación a través de esta palabra real que nos escuchamos decir. A fuerza de frecuentar la Biblia y de disciplinar la imaginación, terminamos por pensar de manera positiva. Como dice san Pablo: “No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rm 12, 2).
Leer el salmo 139 cuando los malos pensamientos sean recurrentes
Si no reaccionamos contra los malos pensamientos, estaremos sometidos a nuestros humores y nos arriesgamos a contaminar a todo nuestro entorno. Estamos llamados a la estabilidad afectiva, a ser como Cristo, rocas que las intemperies de la vida no estremecen. Sean cuales sean los sufrimientos, Dios tiene un proyecto magnífico para nuestra vida. Mientras seamos esclavos de nuestros estados anímicos, no podremos entrar en la madurez espiritual a la que nos llama Dios: “Porque yo conozco muy bien los planes que tengo proyectados sobre ustedes –oráculo del Señor–: son planes de prosperidad y no de desgracia, para asegurarles un porvenir y una esperanza” (Jr 29, 11).
Si algunos pensamientos son recurrentes y provocan las mismas emociones negativas, hay que preguntar al Señor en la oración el motivo de nuestros humores demasiado fuertes, de nuestra ira, rencor, envidia… En la oración, presentemos estos sucesos al Espíritu Santo para que, en su luz, comprendamos el origen.
A veces, Dios permitirá que revivamos una situación para que logremos comprender que hay que modificar en nosotros. Así, hizo falta que los hebreos pasaran cuarenta años haciendo un viaje que dura once días, hasta que se percataron de que habían de cambiar de actitud. El Señor nos conoce, sabe qué necesitamos para crecer: “También allí me llevaría tu mano y me sostendría tu derecha. Si dijera: ‘¡Que me cubran las tinieblas y la luz sea como la noche a mi alrededor!’, las tinieblas no serían oscuras para ti y la noche será clara como el día. Tú creaste mis entrañas, me plasmaste en el seno de mi madre”. Hay que releer este salmo 139, ¡Dios nos ama con demasiada pasión como para retirar su mano de nuestras vidas!
Florence Brière-Loth