Perfecta para alguien que acaba de lograr su primer trabajo Querido amigo: ¿Después de todos esos años de estudios y de sacrificio, acabas de encontrar el trabajo de tus sueños? ¡Felicidades! Es el comienzo de numerosos descubrimientos profesionales. ¡Se abre ante ti una auténtica aventura vital! ¿Hace tiempo que realizas el mismo trabajo, día tras día?
No olvides invitar al Señor a formar parte de todas tus actividades, porque es en vano que te partas el lomo en tu trabajo si Dios no está a tu lado para construir contigo.
Querría hacerte descubrir la hermosa oración del padre Luc de Bellescize a la Santísima Trinidad para que puedas pedir la gracia del amor por el trabajo bien hecho, que transforme la Creación respetando su orden propio:
Yo Te alabo, oh Padre, Creador del Cielo y de la Tierra,
por haber confiado la Creación al trabajo de mis manos.
Te bendigo por participar así en la misión real de gobernar el mundo,
Tú que eres el único Rey, el Maestro y el Señor.
Me has colocado en un jardín
para que levante en él la ciudad santa, Jerusalén, la visión de paz.
No Babilonia la grande, que dispersa y divide,
sino la ciudad donde “todos se congreguen”.
Quiero transformar el mundo según su vocación propia,
que es la de cantar la gloria de Tu Nombre.
Al transformar el mundo, quiero transformarme a mí mismo
y presentarme a Ti en agradable ofrenda, ofreciéndote la obra de mis manos.
Concédeme la gracia de no estar “ociosamente, no haciendo nada”,
y guárdame de idolatrar mi propia obra.
Que no caiga en la idolatría del becerro de oro, creado por la industria del hombre,
sino que, a través de mi labor, la Creación transformada Te cante un himno de gloria,
porque ella espera mi trabajo de hijo de Dios y gime con los dolores del parto,
en la esperanza del Reino que viene.
Yo Te alabo, oh Verbo encarnado, Jesús, hijo de la Virgen y del carpintero de Nazaret,
porque Tú has santificado mi trabajo por el trabajo de tus manos,
en el silencio de tu infancia, los años de tu juventud, esperando el día de tu manifestación en Israel.
Ahuyenta lejos de mí el espíritu de la pereza,
enséñame a ser generoso, a trabajar con valentía,
a implicarme sin esperar otra recompensa que saber que hago tu santa voluntad.
Consígueme construir desde aquí abajo la ciudad de Dios
y recíbeme al final de mis días en la Jerusalén celeste,
donde secarás todas las lágrimas de mis ojos.
Tú, por quien todo fue hecho,
Tú que descansaste el séptimo día en el silencio de la Creación lograda,
en la paz del sepulcro donde reposó tu cuerpo,
enséñame también a observar el día de tu resurrección,
preludio del eterno reposo que da sentido a mi trabajo cotidiano,
sin hacer otra cosa que mantenerme en tu Presencia y recibir tu santísimo Cuerpo.
Yo Te alabo, oh Paráclito, Santo Espíritu de Dios,
Tú que desde el origen planeas sobre las aguas.
Espíritu creador y ordenador del mundo,
enséñame el amor del trabajo bien hecho, que transforma la Creación respetando su orden propio.
Tú, Unción de dulzura y de fuerza,
Tú que puedes hacer caer los cedros de Líbano y que susurras como un aliento,
concédeme la autoridad verdadera, que solo hiere para calmar, que solo rompe para reparar.
Dámela para que la ejerza con la sabiduría de Salomón y no con la violencia de Saúl.
Protégeme de despreciar uno solo de esos pequeños que podrías confiarme
y concédeme, al cultivar la tierra,
que nunca aplaste la dignidad del hombre y su apertura íntima a la adoración del Altísimo,
de quien viene toda paternidad verdadera y ante quien deberé rendir cuentas,
como un buen administrador de los dones de Dios.
Amén.
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