Amar a nuestros enemigos y rezar por ellos parece imposible, aunque en cuanto llegamos a comprender esta petición del Señor, ¡se convierte en algo estupendo!
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Algunos tienen dificultades con este mandato de Jesús de amar a nuestros enemigos y rezar por quienes nos persiguen (Mt 5,43). Y sin embargo, si Cristo lo exige a sus discípulos, no es una opción, es algo fundamental. Y cuando el odio o la violencia asumen rostros concretos, entonces este compromiso se convierte en un imperativo mayor. Ahora bien, para tomarlo en serio y responder a él, hemos de comprenderlo bien.
¿Qué es un enemigo?
Intuitivamente, percibimos que el enemigo es alguien que nos desea el mal y que está dispuesto a emplear la violencia para hacernos daño. Sin embargo, más esencialmente, el enemigo es aquel que ha llegado al rechazo del amor como ley fundamental. El enemigo por excelencia en la Biblia es el demonio, la criatura caída que se opone al proyecto de Dios, a la venida de su Reino.
Para ello, se hace con aliados, seduce a las personas, las arrastra a la absurdidad de su oposición al amor. Todos estamos expuestos a esta seducción, en un momento dado de la vida. Además, muchos nos vemos tentados de responder al enemigo con las mismas armas que ha utilizado contra nosotros. ¿Cómo evitar entrar en el mismo juego del enemigo?
Para ello, Cristo nos propone otra arma: la de la oración. Una vez más, esto nos lleva a plantearnos otra pregunta: ¿qué es la oración? Ante todo, es centrarse en Dios, entrar en una conversación corazón a corazón con Dios. Tomamos un poco de distancia con respecto de los sentimientos relativos al enemigo para entrar en los sentimientos de Dios nuestro Padre.
Cristo se volvió hacia su Padre antes de ser conducido por sus verdugos hacia el camino de su Pasión. El corazón de Dios es como el de un Padre que ama a todos sus hijos y que sufre al verlos alejarse de su proyecto de amor. El enemigo, antes de ser enemigo, es un ser digno del amor de Dios, aunque lo haya rechazado.
La oración ayuda a tomar perspectiva sobre nuestros sentimientos
Recordemos ese episodio de la vida de fray Christian de Chergé en Tibhirine cuando, después de la intrusión de hombres armados en el monasterio, cuenta: “Tuve la fuerza de decir a ese hombre amenazador que para mí seguía siendo un ser humano”. Su fuerza, extraída de la gracia de la oración, le permitió ver todavía a un hermano en el rostro de su agresor.
San Agustín, en su comentario de la primera epístola de san Juan, dice en el mismo sentido: “Ves a tu enemigo oponerse a ti, desencadenarse contra ti, (…) perseguirte con el odio: pero tú estás atento al hecho de que es hombre”. Así que, para lograr aquello que dice san Agustín, la oración responde a nuestra insatisfacción de ver a otros seres humanos rechazar el proyecto de Dios, que es un proyecto de paz.
Tomamos entonces un poco de perspectiva con respecto a nuestros sentimientos inmediatos hacia el enemigo para confiarlo a él y a todos los enemigos al Padre, que renueva todas las cosas, incluso el corazón más endurecido. Rezando de esta forma, la paz de Dios viene sobre nosotros.
Padre Marc Fassier