¡Quien no se ha comparado con un hermano! Contemplar la diversidad de las vidas de los santos puede ayudarles a mejorar su autoestima y dejar de compararseCuando miramos a los santos y santas, nos impacta la inmensa diversidad que hay entre ellos, no hay dos iguales. Verificamos al estar con ellos que la gracia de Dios no extingue la naturaleza humana, sino que la hace fecunda.
Todos los colores de una inmensa paleta parecen aportar una luz diferente cada vez. Esta diversidad es muy valiosa en la educación.
La santidad no engendra clones, la mirada de los padres se enriquecerá al intentar dedicar a sus hijos la mirada de Dios. Y es que esta mirada impide soñar con que los hijos se parezcan entre sí o se parezcan a nosotros.
Aprender a mirar al otro con los ojos de Dios
Acoger la vida no consiste solamente en dar la vida. Queda todavía aceptar plenamente la gracia de cada uno de nuestros hijos e incluso buscarla.
De esta libertad interior de los padres nace la libertad de sus hijos. Y el signo de esta libertad interior se aloja en la alegría de cada uno de ver a los demás dar un fruto distinto.
Podemos revelar al niño, pero más aún al adolescente, que percibimos eso que tiene de único y que amamos lo que hace única su gracia. Y podemos hacerlo sin necesariamente compararlo con sus hermanas y hermanos en términos de “es mejor o es menos mejor”.
De ahí nacerá, poco a poco, en cada uno, la seguridad de que puede trazar su propio camino. Pero para que este ejercicio no sea algo formal, tenemos que aprender a mirar al otro con los ojos de Dios, a desear pacientemente su santidad.
Cuanto mayor sea nuestro deseo, menos formateada estará nuestra educación.
Abad Vincent de Mello
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