El papel de los padres es esencial en la construcción de la complicidad entre los hijos. Esta complicidad entre hermanos a veces es natural pero necesita también estimulada por los padres
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Diálogo por la noche entre Alice y su hijo de 2 años, que acaba de convertirse en hermano mayor: “Es una alegría, mamá. –¿Qué es una alegría, Louis? –¡Que sea mi hermanita!”. Enternecida, la joven madre toma a su hijo entre los brazos y ambos observan al bebé dormido.
“De inmediato pensé que aquello ya estaba ganado, que mis hijos se entenderían de maravilla, que su amor recíproco ya estaba contenido en el germen de esta primera declaración de amor”. Esta relación fraternal naciente está repleta de una carga simbólica para Alice.
“Para mí, nada hay más importante que la armonía entre hermanos. Yo misma estoy muy próxima a mis hermanas, comparto con ellas mis recuerdos más bonitos de la infancia”.
ªDana Castro, psicoterapeuta y psicóloga clínica, autora de Frères et sœurs, les aider à s’épanouir (“Hermanos y hermanas: ayudarles a desarrollarse”) –una mina de buenos consejos– señala que, para muchos padres, la armonía familiar es un motor importante. “Tienen en mente una imagen tradicionalista e inocente de los hermanos y hermanas charlando en un ambiente dulce junto a la chimenea. Los padres se asignan a sí mismos este papel de hacer todo lo posible por mantener la armonía fraternal y hacer surgir el amor entre sus hijos”.
Sin embargo, la realidad es mucho más complicada. Alice, evidentemente, no tardó en darse cuenta: la ternura y los gestos de compartir se mezclan con celos, con peleas grandes o pequeñas, con llantos... “Es universal, hay altibajos en las relaciones entre hermanos y hermanas”, insiste Dana Castro. La psicoterapeuta precisa que “además, hay que recelar de la armonía perfecta, idílica y plana. ¡Eso puede estar llevando a alguno de los hijos a sacrificarse para mantener el equilibrio deseado por los padres!”.
Hermanos, una relación llena de contradicciones
Para Dominique, padre de cinco, la armonía es inevitablemente relativa, “forma parte del aprendizaje del desacuerdo, de encontrar puntos comunes”.
Aprender a vivir juntos, a formar esta primera célula de la sociedad que prepara para la edad adulta, ceder, perdonar, compartir… Estos valores esenciales de la vida en comunidad se aprenden ya desde la primera juventud, en la célula familiar. La gama de emociones extremas que se experimenta en el seno de los hermanos prepara indudablemente para la vida afectiva futura.
Esta preparación es tanto más eficaz cuanto que “los niños no pueden elegir ser hermanos y hermanas”, recuerda Dominique. “Experimentan muy rápido y muy pronto el derecho a no estar de acuerdo, a pegarse mutuamente, pero su condición de hermanos y hermanas es incondicional e inalienable. Esto permite a los niños poner a prueba entre los hermanos cosas que no se atreverían a hacer con sus amigos, tanto en lo bueno como en lo malo”.
La relación de hermanos está llena de contradicciones y ambivalencias: es querida y temida, hay amor y sufrimiento, ternura y envidia…
Enseñar a los hijos a convivir
El papel de los padres en la cabeza de esta sociedad en miniatura se define con delicadeza, exige ajustes permanentes y una estructura rigurosa, “cosa que los niños necesitan absolutamente para crecer”, subraya Dana Castro. Lo esencial es hacer todo lo posible para no empeorar las rivalidades: no mostrar una preferencia, adaptarse a las necesidades de cada uno, distribuir de forma equilibrada las responsabilidades, repartir equitativamente los tiempos entre los niños, etc.
En efecto, los conflictos entre hermanos y hermanas provienen a menudo de un sentimiento de injusticia. Aunque los padres prefieran a alguno de los hijos, por motivos de carácter y de afinidad, siempre tienen que compensar con sus demás hijos disponiendo de momentos privilegiados particulares. Esto implica tener una mirada sincera y lúcida sobre nuestras relaciones con nuestros propios hijos.
Ser “guardianes del vínculo de amistad”
La función de los padres es esencial, sobre todo cuando los niños no se entienden para nada, cosa que puede suceder: “En este caso, es esencial mantener un equilibrio familiar”.
Géraldine, madre de cuatro hijos, cuenta que sus dos varones, el mayor y el tercero, nunca han tenido mucha complicidad. “A nuestro hijo mayor le gusta transmitir, pasar tiempo con los pequeños, jugar con ellos… salvo con su hermano pequeño. A él nunca le ha enseñado sus Lego o sus Playmobil. Ha sido una gran fuente de sufrimiento para el pequeño”.
Su madre no dudó en intervenir en las relaciones, invitando al mayor a dedicar tiempo a jugar un poco con su hermano, cuando su pena ya era insoportable. También ha animado al menor a exigir un poco menos de su hermano mayor.
“Siempre he intentado encontrar las palabras para traducir a cada uno los sufrimientos y las expectativas del otro”. Esta estrategia ha dado sus frutos en la actualidad: Géraldine nota que, cuanto más crecen sus hijos, más terreno común encuentran.
“Nunca hay que renunciar”, valora esta madre para quien lo esencial no es primero que el grupo de hermanos y hermanas sea armonioso, sino que cada uno de sus hijos “se desarrolle plenamente como individuo”.
Dana Castro identifica así un papel primordial de “correa de transmisión” en los padres, que se aseguran de que el vínculo nunca se rompa entre los hijos. Los adultos son, pues, los “guardianes del vínculo de amistad”. Transmiten la información importante, dan a los niños las claves para comprender a un hermano o hermana y ayudan a cada uno de los miembros de la familia a encontrar sus propias soluciones y ajustar sus actitudes.
Crear momentos de soledad para cada uno
A pesar de todo, hay que encontrar una medida justa y no intervenir sistemáticamente en los conflictos o los malentendidos entre hermanos. Anne-Sophie y su esposo deciden no posicionarse como árbitros cuando sus hijos discuten: “Les dejamos gestionarlo si no acuden a nosotros. Así aprenden a encontrar por sí mismos una solución al conflicto que les enfrenta”. Los únicos límites absolutos son nada de violencia ni de insultos.
Cuando las disputas son demasiado frecuentes, Ludivine organiza “jornadas de desierto”: los niños deberán pasar un día jugando solos. Es una oportunidad para recuperar energías y experimentar la ausencia de un compañero de juegos. “Se recomponen muy rápido ellos solos”, constata esta madre. En el caso de Aliénor, ella no espera a los conflictos para imponer cotidianamente a sus tres hijos mayores unos momentos de soledad. “Hago homeschooling, así que los niños están juntos permanentemente. Contribuye mucho a la construcción de hermandad, pero también precisa que tengan momentos para ellos, sobre todo en el caso de mi hija mayor, que necesita más tranquilidad”.
Esta joven madre de familia también presta atención a que cada niño tenga una actividad propia y encuentre tiempo de hacer sus propios amigos.
Sin embargo, el problema de las peleas es más espinoso cuando llega la adolescencia y se modifican las personalidades. “No es muy grave que los niños pequeños se peleen, luego no se acuerdan de nada”, valora Alexandra. “En cambio, conviene vigilar más a los mayores”. Esta madre de siete hijos entre 24 y 7 años recuerda un verano en que había rivalidad permanente entre los dos mayores, en plena adolescencia. “Las comidas eran insufribles. Terminé por plantear otro horario de comidas, ¡para que no se vieran! Eso salvó las vacaciones”. A veces, hay que saber separar a los combatientes.
Una complicidad que cultivar entre hermanos
El papel de los padres es esencial en la construcción, paciente y delicada, de la complicidad entre hermanos. Esta complicidad, a veces natural, necesita ser mantenida y cultivada. Anne-Sophie repite sin parar a sus hijos que “los hermanos son un tesoro que deben cuidar”. Los juegos de mesa en esta familia son un recurso formidable para pasar buenos momentos: “Tenemos preferencia por los juegos colaborativos y, cuando no lo son, inventamos reglas para terminar la partida de forma que animen a los niños a formar un equipo y que todo el mundo pueda llegar hasta el final”.
En casa de Alexandra, igual que en casa de Aliénor, lo que prima es la ayuda mutua. Alexandra anima a los mayores a ayudar a los pequeños con sus deberes. Aliénor no duda en delegar ciertas tareas: “Cuando un niño me pide algo, empiezo por sugerirle que se lo pida a su hermana o hermano. Fomento la colaboración con un pequeño cumplido del tipo de ‘Tu hermana necesita tus fuertes brazos, ¿puedes ayudarla?’”.
Marie, por su parte, organiza jornadas del “ángel de la guarda” durante las que cada uno de sus hijos escoge al azar y en secreto el nombre de alguno de sus hermanos y debe hacerle favores con la mayor de las discreciones. La organización de momentos de excepción –como un paseo por la montaña o un helado en la playa– también permite que los niños compartan recuerdos que enriquezcan su complicidad.
Por último, la oración es un momento privilegiado para pedir perdón a alguna hermana o hermano, para rezar por el cumpleaños de alguien o por que se recupere el pequeño que está guardando cama por una enfermedad… La oración es una base esencial para la familia, esta pequeña Iglesia que es intrínsecamente el lugar de la fraternidad.
Ariane Lecointre-Cloix
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