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Educar en el servicio debe comenzar desde la edad más temprana, ya que más que una manera de hacer, es sobre todo una manera de ser: ser servidor.
Y ya sabemos cómo son de determinantes los primeros años de vida para la orientación de la personalidad del niño. Este aprendizaje pasará pues, sobre todo y en principio, por detalles muy pequeños.
1Enfadarse con la torpeza de los pequeños
Desde que el niño sea capaz, hay que incitarlo a prestar servicio, aunque esta ayuda, todavía torpe, puede resultar más bien una molestia para los padres. Puede, por ejemplo, poner la mesa, recoger los juguetes, ayudar a poner la ropa sucia en la lavadora.
Lo más importante no es la eficacia inmediata del servicio (alguien mayor lo haría mucho mejor y más rápido), sino que poco a poco, el niño tenga el deseo y la idea de ayudar. Por esta razón procuraremos que los mayores (incluidos nosotros, los padres) no nos impacientemos ante la torpeza o la lentitud y no haya enfados por un plato roto.
2Remunerar a los niños por un servicio prestado
Al niño que crece, le podemos enseñar a ayudar sin que nadie lo sepa (excepto el Señor que todo lo ve). Se puede presentar el conjunto bajo la forma de un juego. Algunos padres, para incitar a sus hijos a participar en las tareas domésticas, les dan un pequeño peculio semanal.
Es cierto que todo trabajo merece un salario, pero es muy importante que los niños aprendan a ayudar de manera gratuita. Por el contrario, siempre hay que agradecer a los niños por la ayuda aportada y animarlos a seguir en este camino.
3Recorrer a grandes sermones y discursos
¿La eficacia, a los ojos del mundo, es la misma que a los ojos de Dios? Si tenemos que tratar de ser lo más útiles posible, ¿no somos también, fundamentalmente, servidores inútiles?
Tenemos, pues, que enseñar a nuestros niños a desarrollar sus capacidades para servir lo más pronto posible y lo más eficazmente posible. Pero, hacerles ver también, a través de sus fracasos (aparentes), que somos pequeños en las manos de Dios, que es Él quien lo hace todo a través de nosotros y que la eficacia real de nuestros actos nos escapa y nos supera.
No es fácil guiar nuestros niños por estos caminos y esto no se hace, en ningún caso, a base de “sermones” ni de grandes discursos. Nosotros tenemos que tener ganas de caminar en esta dirección, enseñarles con el ejemplo y servir a nuestro entorno.
Christine Ponsard