Un día, los Apóstoles pidieron a Jesús: “Señor, aumenta en nosotros la fe”. Y Jesús les respondió utilizando la imagen del grano de mostaza. Podríamos estar tentados también nosotros de pedir una medida más importante del Espíritu Santo para ser capaces de cumplir grandes cosas. Pero recordemos, primero, que el Espíritu Santo es una de las tres personas de la Trinidad, aunque se manifiesta sin un rostro personal. Cuando el Espíritu Santo se da, se da personalmente, sin medida y por completo. Es un don radical y plenario, reflejo eficaz del amor absoluto del Padre y del Hijo.
La cuestión se encuentra más bien en el lado del ámbito en el que el Espíritu Santo quiera actuar, en este caso nuestras vidas. Para hablar de su venida en nosotros, más que de presencia, la tradición habla de habitación. Aunque, como san Pablo, somos capaces de decir: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Ga 2, 20), no deberíamos dejar nunca de maravillarnos por esta realidad tan grande. Fuimos hechos capaces de portar la presencia sobrenatural de Dios en el fondo de nuestro ser, cosa que autoriza a san Agustín a decir: “Interroga a tu corazón, si adviertes que tienes la caridad, tienes el Espíritu Santo”.
1. Asegurarnos de que nuestra alma esté disponible para recibir al Espíritu Santo
Primero, hemos de ocuparnos del lugar de habitación del Espíritu Santo, ya que Él quiere hacerse “dulce huésped de nuestras almas”, retomando las palabras de la secuencia de Pentecostés. ¿La hostelería que constituye nuestra alma está dispuesta a acoger a este Huésped que llama a la puerta? Porque si nos convertimos en buenos hosteleros de nuestras almas, listos para recibir a este Huésped que es el Espíritu Santo, entonces esta venida transformará nuestras vidas y nos haremos santos.
2. Reconocer el desorden del pecado en nuestra vida, pedir el perdón de Dios
Ordenar la hostelería, hacerla agradable con un buen olor, cómoda, tanto que dé deseos de permanecer allí, todo esto requiere nuestra cooperación. Poner en orden la hostelería significa reconocer el desorden del pecado en nuestra vida, pedir el perdón de Dios.
3. Vivir actos de caridad y de benevolencia
Esto es lo que hace que nuestra alma sea más agradable. Mantenernos dispuestos a abrir la puerta no es posible si nos dispersamos sin cesar.
4. No olvidar rezar todos los días
El entrenamiento cotidiano de la oración ayuda a estar listos, la oración en la que clamamos hacia Dios: “¡Ven, ven a nosotros, soberano consolador!”. Lo que tenemos que aumentar es nuestro deseo de recibirle y nuestra aptitud para reconocer sus pasos y escucharle llamar a la puerta de nuestra alma. San Serafín de Sarov, ese gran místico ruso, habla de este deseo del Espíritu como de una conquista: “El verdadero objetivo de nuestra vida cristiana está en la adquisición de este Espíritu de Dios; en tanto que la plegaria, las vigilias, el ayuno, la limosna y las otras acciones virtuosas, hechas en Nombre de Cristo, no son sino medios para adquirirlo”. El Espíritu Santo quiere actuar en toda persona de buena voluntad que quiera hacer de su alma un lugar de habitación agradable para la vida sobrenatural de Dios. Dale un espacio al Espíritu, tu alegría será inmensa.
Padre Marc Fassier