Al ser humano siempre le han fascinado los milagros. En todas las épocas han ocurrido acontecimientos que no pueden explicarse por un razonamiento natural y que son considerados de origen divino.
Ser cristiano implica creer en los milagros. La vida entera de Jesús estuvo llena de milagros, desde su concepción virginal hasta su resurrección y ascensión.
El Catecismo de la Iglesia Católica explica la importancia de los milagros para el creyente cristiano:
“Los milagros de Cristo y de los santos, las profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad ‘son signos certísimos de la Revelación divina, adaptados a la inteligencia de todos’, motivos de credibilidad [motiva credibilitatis] que muestran que ‘el asentimiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu’” (CIC 156).
En otras palabras, los milagros son reales, nos confirman la realidad de lo sobrenatural y nos garantizan la existencia de Dios.
Estricto procedimiento
Sin embargo, la Iglesia no cree que cualquier cosa difícil de explicar por la ciencia sea un milagro. Tiene un procedimiento muy estricto que examina cada suceso y determina si tiene de verdad un “origen sobrenatural”.
Santo Tomás de Aquino describió los milagros como “las cosas que divinamente se realizan fuera del orden comúnmente observado en la naturaleza”. Esto significa que un milagro debe tener pruebas sólidas de que no haberse producido siguiendo las normas naturales.
Uno de los tipos de milagros más comunes es la curación repentina de alguien. Así lo explica Michael O’Neill:
“Para que la cura se considere milagrosa, la enfermedad debe ser grave e imposible (o al menos muy difícil) de curar por medios humanos y no estar en una fase en la que tienda a desaparecer pronto por sí misma. No debe haberse recibido ningún tratamiento médico o debe estar claro que el tratamiento recibido no tiene relación con la cura. La sanación debe ser espontánea, completa y permanente”.
¿Quién determina que se trata de un milagro?
En todos los casos, el obispo local es la primera autoridad en investigar el milagro. Crea un consejo de profesionales médicos que evalúan el suceso y luego le informan de los resultados.
En la mayoría de los casos, el suceso no se verifica como milagro. Por ejemplo, “la Comisión Médica de Lourdes, aunque ha documentado más de 8 mil curaciones extraordinarias, solamente ha validado 70 de ellas”.
Este tipo de escepticismo se emplea en todos los tipos de milagros examinados por la Iglesia.
Ya sea una aparición de la Virgen o un milagro eucarístico, un equipo de científicos investigará el acontecimiento para determinar si sigue las reglas de la naturaleza o si es imposible explicarlo sin una causa sobrenatural.
¿Todavía se reconocen milagros?
Aun así, a pesar de este estricto procedimiento, se proclaman milagros de forma regular. Para casi todas las beatificaciones y canonizaciones es requisito principal la existencia de milagros, lo cual muestra claramente el poder de Dios a través de la intercesión de un individuo.
Esto confirma el interés que Dios tiene en nuestros asuntos y su voluntad de ayudarnos en momentos de necesidad. No es un “dios distante en las nubes”, sino un Dios amante que está presente entre nosotros y nos mantiene a nosotros y a toda la creación en la existencia.
En cierto sentido, todos los días son un milagro y toda la creación proclama el poder y la gloria de Dios.