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El conflicto armenio supuso uno de los exterminios más terribles de la historia reciente. Deportaciones, ejecuciones en masa, terminaron con la vida de miles y miles de personas, dejando atrás a otros tantos desplazados, viudas y huérfanos.
Una situación que afectó en lo más profundo de los corazones de todas aquellas personas que creyeron que se debía hacer algo para paliar el dolor de las víctimas. Aunque sus propias vidas corrieran peligro en el intento.
Misiones de distintos lugares del mundo se organizaron para viajar a la zona cero del horror; y a ellas se unieron personas de distintas procedencias y origen, con un único objetivo: dar una luz de esperanza entre tanta oscuridad y desolación.
Bodil Catharina Bjørn era una joven feliz, una chica privilegiada, que podría haber tenido una vida sin preocupaciones.
Nacida el 27 de enero de 1871 en la localidad Noruega de Kragerø en el seno de una familia adinerada, su padre era naviero, Bodil creció rodeada de lujo y esplendor, además de recibir una educación nada común para una niña de su edad.
Bodil se preparaba para seguir los pasos de las mujeres de su familia, casarse y tener hijos y vivir una existencia con pocas preocupaciones, al menos en lo material. Sin embargo, algo se despertó en ella cuando, a principios del siglo XX, escuchó hablar a unos misioneros que habían estado en Turquía y habían sido testigos del horror sufrido por los armenios.
Se jugó la vida
Bodil era una joven muy religiosa, que sintió la necesidad de ayudar a los demás. Se preparó como enfermera, dejó atrás la comodidad de una vida regalada y se unió a la Organización de Mujeres Misioneras con quien viajó hasta al corazón de Armenia.
Instalada primero en Mezereh y posteriormente en Mush, Bodil trabajó de manera incansable, haciéndose cargo principalmente de niños huérfanos y de mujeres viudas. Fundó orfanatos y sufrió el horror de ver morir a algunos de aquellos pequeños que había convertido en su propia familia.
También se debió sentir orgullosa al ver cómo muchos otros salvaron su vida gracias a su infatigable e impagable labor humanitaria. Una labor que pudo costarle la vida en más de una ocasión.
Después de una estancia temporal en Noruega, Bodil volvió a dejar su hogar para viajar de nuevo hasta Armenia donde fundó un nuevo orfanato. Proyecto que duró muy poco tiempo, puesto que los bolcheviques expulsaron a todos los cristianos que pertenecían a las misiones.
Bodil no regresó a casa, se trasladó a Siria donde levantó otro orfanato para cuidar de los desplazados. Allí permaneció hasta 1935, cuando regresó definitivamente a casa después de haber salvado milagrosamente la vida.
Denuncia del genocidio
De nuevo en Noruega, Bodil Biørn no se olvidó de la dura experiencia que había vivido. Nunca olvidaría a las miles de personas que no pudo salvar y a las que sí pudo ofrecerles un rayo de esperanza.
El resto de su vida se dedicó a denunciar todo lo que vio, las masacres, los asesinatos gratuitos, el horror de un conflicto que muchos querían negar.
Escribió artículos de prensa, dio conferencias y enseñó al mundo las imágenes que durante el tiempo que permaneció en aquel infierno fue realizando con su cámara. Imágenes que se convertirían en uno de los testimonios gráficos más importantes del Genocidio Armenio.
Bodil Bjørn falleció el 22 de julio de 1960 en Oslo. Los niños que sobrevivieron y que siempre la conocieron cariñosamente como “Madre Catharina”, lloraron la muerte de quien fue verdaderamente una madre para ellos y un ángel protector.
Distintos memoriales recuerdan la impagable labor de esta valiente mujer. Sus fotografías, custodiadas en la actualidad por el Archivo Nacional de Noruega, son una valiosa fuente de información para historiadores y un recordatorio vivo de lo que no debería volver a suceder jamás en ningún lugar del mundo.