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La amistad, los amigos y el gran regalo de Navidad

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Ignasi de Bofarull - publicado el 07/12/21
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Una conversación sobre cierto tema, un tiempo dedicado... puede ser el más grande obsequio que reciban

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Amor de amistad. ¿Qué es la amistad? ¿Existe el amor de amistad? Por supuesto. Algunos tienen amigos grandes y dicen cosas tan bellas como “a Juan le quiero mucho” y ya está. “Y a Pedro”, “y a Luisa”. ¿Y cómo se vive la amistad? Es una pregunta larga y exigente de la que solo ofreceremos algunas notas. Consiste en apuntar hacia los fines del otro, en este caso del amigo, como si fueran los nuestros. No es un amor conyugal, por supuesto. Ni paterno-filial. Y a la vez es un gran amor desinteresado donde los éxitos del amigo, de la amiga, son apreciados con gusto, sin envidia, y nos alegran como si nos sucedieran a nosotros mismos.

Tomas de Aquino lo llama amor de benevolencia pues consiste en el bien-querer el bien del amigo. Por ejemplo: a veces nosotros mismos hemos contribuido al éxito, o a la solución de un problema, que perseguía nuestro amigo.

Añadamos una nota más: la amistad podría ser dar lo mejor que tenemos al amigo. Por ejemplo, lo mejor de nosotros. Y en esta línea se pueden realizar muchas acciones para complacer al amigo, pero, como hemos dicho que no vamos a agotar el tema, señalaremos una posibilidad entre otras: hacerle regalos al amigo.

Una sociedad de amigos

Creo que Aristóteles y, siguiéndole a él Tomás de Aquino, lo que en definitiva nos proponen es una sociedad de amigos. Y esa es la plenitud, la vida de amistad en la polis, en el barrio, en la comunidad. Estar unidos, andar a la par, compartir certezas y dudas, problemas y alegrías. Y es preciso estar abierto y conocer gente y no alzarse con la coraza de la vergüenza o la timidez o el recelo infundado. Para muchos filósofos vivir humanamente consiste en desplegar la relacionalidad desde el instrumento más afinado: el lenguaje. Un resultado son los amigos. Pero el gran resultado es iniciar el camino, juntos, hacia la verdad.

Hablemos, conversemos. Salgamos de la cueva de nuestros gustos e intereses privados. Compartamos nuestras vidas generosamente. Pero, quizá, el último capitalismo se ha propuesto lo contrario y ha entronizado la desvinculación a fuer de promover la codicia, la obsesión por exhibirse, la envidia, el amor dirigido a las cosas, a las experiencias más sofisticadas, a la exhibición del lujo. ¿Dónde queda la amistad? Devaluada, pues el mercado global de las cosas y las experiencias no nos invitan a “amistar” (admítaseme el neologismo) sino a superar al sin fin de rivales que se oponen a nuestros intereses, a nuestros fines. Este mercado global del ocio y el consumo, a menudo, nos relega a convertirnos en meros espectadores pasivos. No en amigos.

Andamos solos atrapados por la envidia y codicia

En este clima, algunos han perdido la dimensión de la realidad y se han quedado no solo sin amigos sino aislados jugando con un solo juguete: ¿el éxito, el placer, el lujo, la diversión desnortada como único horizonte? La lista podría ser interminable. Un elemento es común: muchos andan solos persiguiendo distintas formas de poder y de dominio sobre los demás. Esa es su ridícula y poca amistosa mayor afición.

El gran regalo que podemos ofrecer

Rompamos con esta cadena de egoísmos e iniciemos una cadena de regalos. Pero no regalos-cosas-experiencias-sofisticadas, sino regalos grandes en los que también va nuestra vida. Regalemos lo que nos hace más felices. No baratijas. ¿Sabemos regalarnos a nosotros mismos? Tenemos tiempo, gran regalo, para los amigos. Un paso más: qué es lo mejor que tenemos, lo que nos hace más felices y que podríamos regalar a los amigos a manos llenas.  Estoy pensando que el mejor regalo será aquel que cura codicias, mezquindades, ambiciones miserables y que apunta a la verdad. El gran regalo que quizá tenemos ya en nuestras vidas y que sana heridas y sobre todo remedia la más profunda y onerosa soledad es la Fe. Con mayúscula.

Una conversación para el Adviento

- Amigo mío, ¿quieres lo mejor? Haz una confesión como Dios manda. Le cuentas a tu confesor cuáles son tus heridas y las ganas que tienes de sanarlas y luego nos vamos los dos a misa y comulgamos. Y recibimos al Señor. Y entonces te enamoras de Él y gritas en gemidos silenciosos: “¡Señor, me quiero enamorar de ti! Estoy harto de perseguir la felicidad donde no está y estar siempre tan solo”. Y Él te escuchará y te cambiará y te convertirá.

Entonces el Señor llegará a tu corazón y hará el milagro de abrir todas las puertas que estaban cerradas. No dejarás de sufrir contradicciones y pruebas, pero el sufrimiento, y tantas otras pruebas, serán un camino de redención. Es la distancia que hay entre un sufrimiento absurdo, estúpido e injusto cargado de consumo, frívolo, insustancial y el sufrimiento del que abraza la Cruz. Porque un sufrimiento que tiene sentido, que se pone a los pies del Señor, en la Cruz, ya no es sufrimiento insoportable porque ya no estás solo, estás con Él. Estás acompañadísimo. Es un dolor que se ofrece a Dios para completar lo que falta a la Cruz de Cristo. Y las cosas cambian. Y el mismo sufrir se ama.

-Me parece todo muy fuerte, me pides mucho. Un salto en el vacío. Me he reído tantas veces de tu fe y de tu religión, de tus santos y santitos. ¿Y ahora me pides esto?

-Pega un salto, atrévete a creer: ven y verás. Olvídate de si estás o no a la moda y de lo que van a pensar tus amigos librepensadores. Cuando tú sufres, lo digo con dolor y sin rencor, ellos no están. Ni te sacan las castañas del fuego. Acepta este mi regalo de amigo que a pesar de los pesares vive en la alegría y la paz. Creo que el Señor es el amigo permanente que ahora pasa a tu lado y que me ha puesto aquí para que te lo presente directamente a Él: es decir, el amigo que nunca falla. El amor que nunca traiciona. El regalo que nunca cansa.

Vive un nuevo Adviento. El Señor, el Niño Dios se acerca, viene, vuelve a nacer en cada uno de nuestros corazones. Y repite conmigo, amigo mío, por favor, si quieres: “¡Ven, Señor Jesús, y dame de tu amor a manos llenas!”

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