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Si no tuviera tantas expectativas sería más feliz.Mi felicidad interior, la paz que me habita, están unidas con las expectativas que tengo sobre la vida, sobre los demás, sobre las cosas que pasan.
Miro a las personas y espero ciertos comportamientos de ellas, espero que digan ciertas palabras o anhelo que adopten ciertas actitudes.
Pero no funciona así. Las cosas no son como yo espero. Y me defraudan. No se comportan como a mí me gustaría. O las cosas no suceden, las que yo quería.
¿Cuáles son esas expectativas que me frustran cuando no se cumplen? Son promesas no formuladas o incumplidas.
Promesas que creo que Dios me ha hecho, cuando no es así. Los tiempos de Dios son distintos a los míos.
Igual que su forma de cumplir la promesa de plenitud y amor eterno que me hace.
El problema: las expectativas incumplidas
Jesús no me ha explicado con lujo de detalles cómo transcurrirá todo a lo largo de mi vida. No lo ha hecho.
No hay ninguna profecía que se vaya a cumplir al pie de la letra. Ni una lectura de mi mano que desvele un futuro esperanzador.
El problema en mi vida son las expectativas incumplidas. A veces las formulo en mi interior. Otras veces simplemente sobrevuelan mi ánimo.
La expectativa está fundada en un cierto derecho que yo creo poseer. El otro día leía:
“Los sueños tardan en convertirse en realidad y, aun así, no siempre ocurren en los lugares donde esperamos. Mi padre solía decirme que existían los problemas que podías solucionar y los que no, y que estos últimos tenías que aceptarlos, cerrar la puerta y seguir adelante”.
Aferrarte a tu idea
Espero muchas cosas de la vida y eso no es malo. El problema es cuando estoy prendido de una forma o de un tiempo, de un lugar o de una persona.
En ocasiones les exijo a los demás lo que nunca podrán darme. O he puesto en ellos una presión para que sean como yo deseo.
Y no funciona. No son como yo creo que son. Y entonces no pueden reaccionar como yo espero que lo hagan.
Cumpliendo expectativas por miedo
Puede ser que por miedo a ser rechazado yo viva cumpliendo expectativas de los demás.
Esperaban que me comportara de una manera y como no tolero la crítica ni la desaprobación de nadie, me esfuerzo como un desesperado por hacer realidad sus expectativas.
Me hago un flaco favor a mí mismo, pero también al que me lo exige. Porque seguirá exigiéndome muchas cosas a mí y a otros.
Porque ve que cuando presiona y exige la gente reacciona. Pero lo hacen por miedo, como yo, miedo a quedarme solo y ser rechazado, miedo a no ser valorado.
Dejar de exigir
¿Cómo corto entonces esa cadena? Siendo fiel a lo que yo puedo dar. No adoptando comportamientos que no son míos para que otros sean felices, para que se sientan bien y plenos.
No funciona a la larga. Me acabo rompiendo porque en algún lugar, en algún momento, ante alguna persona, no podré responder a su expectativa, no lograré hacer lo que me pide y experimentaré la frustración.
Un daño irreparable en mi alma. Tanto tiempo incapaz de dejar de contentar a todos con mi vida.
Sonreír siempre, ser bueno siempre, decir que sí siempre, ser amable siempre, hacer lo que me piden, responder a lo que me preguntan, lograr lo que me demandan.
Yo hago lo mismo con otros. Les exijo aquello que no tienen por qué darme. Y me rebelo contra Dios cuando no hace realidad todos mis sueños convertidos en expectativas muy concretas, con fecha y hora.
Y trato de forzar la realidad para que se adapte a mis sueños. Mis expectativas me pueden volver obsesivo e incluso querer manipular el mundo a mi alrededor para que gire en torno a mí.
La única expectativa que siempre se cumple
Cuantas menos expectativas tenga sobre la realidad seré más feliz, tendré más paz.
La vida podrá no funcionar, pero no espero que lo haga de la manera que podría haber soñado.
No renuncio a la esperanza, es algo diferente. La esperanza es un don, una virtud. Tener esperanza permite que nunca me desmorone, no decaiga, no deje de luchar.
La esperanza me mantiene con vida y les da un sentido a mis luchas. Me esfuerzo porque creo que al final del túnel oscuro aparecerá una luz.
Al final del camino llegaré a una meta, al final de mi vida se hará realidad lo que Dios me prometió, siempre a su manera.
Quizás tengo que ser menos rígido y más flexible, menos atado a mis creencias y más abierto a lo que la vida quiera revelarme.
Dios me habla en presente y me dice que no me dejará nunca, pase lo que pase. Es la única expectativa que siempre se cumple. A la manera de Dios, con su fuerza, con su vida.
Y yo me alegro y me dejo llevar. Más feliz, con menos peso, más lleno de esa esperanza que alegra mi alma. Dios no me va a dejar nunca solo, pase lo que pase. Sonrío.