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En el siglo XIX, la industrialización en España provocó muchos cambios en la sociedad. La población rural empezó a buscar nuevas oportunidades en las ciudades y entre estas personas, miles de jóvenes muchachas que encontraron en el servicio doméstico una opción de vida.
Pero la llegada a las grandes urbes supuso para ellas encontrarse solas, en un mundo que no siempre las protegía. Fue esta realidad la que impulsó a una mujer a unir su vocación religiosa y sus deseos de ayudar al prójimo.
Se llamaba Vicenta María López de Vicuña. Había nacido el 22 de marzo de 1847 en Cascante, Navarra, en un mundo privilegiado. Ella no tendría que sufrir las carencias que llevarían a otras jóvenes a abandonar sus hogares para encontrar una vida mejor.
Ella abandonaría su hogar, para hacer de la suya una vida de entrega a los demás. Cuando Vicenta María llegó al mundo, sus padres vieron en ella un consuelo a la temprana pérdida de su primera hija. Por eso la bautizaron con dos nombres más, Deogracias Bienvenida.
En Vicenta depositaron todo su amor y toda su esperanza. Su padre, un prestigioso abogado, empezó a darle una esmerada educación que completaría trasladándose a Madrid con sus tíos. También su tío-abuelo, el sacerdote Joaquín García, acompañó a la joven Vicenta María en su camino de fe.
Fue en 1857 que se trasladó a la capital con Manuel María y María Eulalia Vicuña, quienes no solo la acogieron en su casa y le buscaron los mejores tutores. Vicenta María compartió con ellos una profunda piedad religiosa y empezó a colaborar en un proyecto que habían iniciado hacía poco tiempo.
Sobrina y tía acudían regularmente a un centro asistencial conocido como el Asilo de las Sirvientas en el que acogían a las jóvenes que venían de provincias para trabajar en el servicio doméstico y no tenían un lugar donde vivir. La vida de estas jóvenes impresionó a Vicenta María quien se solidarizó con su situación y vio pronto la necesidad de mejorar el proyecto iniciado por sus tíos.
Su solidaridad y la idea de hacerse religiosa se convirtió en la unión perfecta para dar el siguiente y trascendental paso en su vida. Apoyada por sus tíos, en febrero de 1871 organizaron en un piso de la plaza de San Miguel un pequeño refugio para las sirvientas. Allí empezaron a unirse a María Vicenta otras jóvenes que no solo querían ayudar, también quería hacerlo como religiosas.
El 11 de junio de 1876 recibió el hábito religioso junto a otras dos mujeres siendo el origen de la Congregación de Hermanas del Servicio Doméstico, “una familia – en palabras de Pablo VI - que tiene por misión la santificación personal de sus miembros y la ayuda a las jóvenes que trabajan fuera de sus propios hogares”.
La nueva congregación empezó desde entonces a crecer no solo en Madrid. Pronto se expandió por otras ciudades de España como Zaragoza, Barcelona, Sevilla o Burgos y con los años atravesó fronteras para fundar casas en América, África, Europa y Asia.
Vicenta María trabajó de manera incansable los siguientes años de su vida para mejorar las condiciones en las que vivían jóvenes trabajadoras de medio mundo. Y lo hizo a pesar de que su salud empezó a verse afectada por una tuberculosis que mermó su cuerpo, pero no su voluntad. El 31 de julio de 1890 pronunció los votos perpetuos. Pocos meses después, el 26 de diciembre, fallecía.
La muerte de la madre fundadora de las Hermanas del Servicio Doméstico de María Inmaculada dejó huérfanas a sus hermanas y a todas las mujeres que habían aprendido de ella el significado de la fe y de la entrega al prójimo.
En 1915 se inició la causa de su beatificación. El 19 de febrero de 1950 el Papa Pío XII la beatificaba. El Papa Pablo VI, quien la elevaba a los altares el 25 de mayo de 1975, dijo de ella que está “más cerca de nosotros en el tiempo”.
“Nuestra Santa es muy joven aún, cuando oye en sus adentros la llamada divina. No fue una decisión fácil de realizar. Con sencillez y dulzura, con sacrificio y caridad logra verse liberada de la perspectiva que le ofrece una vida en el mundo tranquila, acomodada, halagadora”.
Su legado sigue vivo en medio mundo, pues, como afirmó el Papa Pablo VI a las hermanas de la congregación de María Inmaculada, “la caridad social constituye la herencia principal de vuestra Fundadora”.