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—Vivo con mi novio, y tenemos tantas desavenencias, que parecemos dos desconocidos, cada vez estamos peor. Le he propuesto aceptar ayuda ero él no ha querido aceptarla. —contaba en consultoría, una jovencita con semblante preocupado.
—¿Por qué tú sí estás dispuesta a tratar de salvar la relación? —le pregunté imaginando la respuesta.
—La verdad, yo pensé que llegaríamos a algo, y a mí se me hace muy difícil comenzar otra relación en caso de rompimiento, usted sabe… ya intimamos. Lo más triste es que comienzo a darme cuenta de que a mi novio esto no le preocupa, pues ya ha tenido otras novias.
La suya fue una corta historia, en la que, sin poder ayudarla, al final la relación que deseaba salvar terminó en nada.
¿Cuál es la explicación de tan penosas experiencias?
Es común que se piense que la sexualidad ordenada a ser vivida dentro del matrimonio es algo pasado de moda. Por ello, se decide cohabitar con alguien, a quien se le llama novio, o novia.
Mas después de esa forma de relación… ¿qué sigue?
La respuesta ha de ser la incertidumbre, pues a la palabra noviazgo, se le ha vaciado de su verdadero sentido, tratando de cambiar su realidad. Con todo, el noviazgo es una etapa intrínseca en la naturaleza de la persona, y se encuentra en el punto de partida, de la secuencia armónica de la sexualidad humana.
Por lo que no resulta una simple costumbre social y, en su importancia, se puede describir como una escalera de cuatro peldaños.
Primer peldaño
Sucede el encuentro entre varón y mujer, en estado de soltería, con la inclinación natural a buscar la unión. Aún no están enamorados de una persona concreta, pero están enamorados del amor. Se conocen, se tratan un tiempo, como amigos, y al convencerse de que se atraen física, psicológica y espiritualmente, comienzan un noviazgo.
En esta etapa, el trato honesto permite apreciar el uno al otro, en esa unidad substancial y psicológica entre cuerpo y espíritu, por la que, siendo íntegros, son capaces de ser dueños de sí mismos, por encima de las pulsiones psicosomáticas.
Eso les da la libertad de mostrarse como son, con defectos y cualidades, en un conocimiento cada vez más personal, y aun cuando existe una cierta complacencia egocéntrica en la relación, esta no necesita de las relaciones sexuales para avanzar por el camino de un amor, que se fragua en la verdad de sus seres.
Nace entonces un amor núbil.
Segundo peldaño
Sin dejar de reconocer la natural existencia de la inclinación amorosa sexual, su natural pulsión es vencida por la actitud de valorar al otro, como un bien en sí mismo. Por tanto, no se le considera un instrumento de satisfacción, o un medio de solución de carencias de diferente índole.
Entre ellos existe amor y respeto, lo que descarta el autoengaño que supondría la decisión de cohabitar o intimar sexualmente, libres de verdadero compromiso.
Se incuba el amor de conyugación. Se desea el matrimonio, pero aún no se decide. Es una etapa feliz de disfrutar juntos una vida de ilusiones.
Tercer peldaño
El amor termina de fraguar y se trasforma en la decisión de convertirse en esposos. Aspiran a una entrega plena y total a partir de una unión en el ser, que se ha de traducir en las obras de una comunidad de vida y amor.
Cuarto peldaño
Comienzan los preparativos para la boda, con la decisión de consentir y comprometerse, en una entrega plena y total, unidos en el ser y en las obras, decididos a compartir un mismo destino.
Se llega al momento en que la gratuidad de su amor se ha de convertir en una deuda de amor a pagar mientras vivan.
Todo comenzó en el primer peldaño, el verdadero peldaño.
Por Orfa Astorga de Lira
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