—Me he dado cuenta de que mis pretendientes en realidad no buscan quererme. Por eso me siento deprimida y con problemas de salud —contaba en consulta una joven y exitosa profesionista, de cuerpo escultural y ropa ajustada.
Proseguía:
—Hago ejercicio, cuido mis hábitos alimenticios, y no tengo vicios, pero mis problemas personales son otra cosa, por lo que dudo de un lema puesto a la entrada del gimnasio, que dice: “Cuerpo fuerte, mente invencible”.
—Cuidar del cuerpo está bien, pero dígame… ¿Cuida también su espíritu? —le pregunté con tacto.
—¿Mi espíritu? No soy religiosa, si a eso se refiere.
—No hablo de religión, sino que me refiero al espíritu, como una dimensión constitutiva de la persona.
—Sigo sin entender, necesito un ejemplo.
—Muy bien, entonces dígame: ¿considera que tiene cuerpo o que usted es su cuerpo?
—Para mí la respuesta es: “yo tengo cuerpo”, y vaya que a veces lo sufro.
—¿Cómo se describe en ese sufrimiento?
—Que soy yo la que sufre física, emocional y psicológicamente, no es mi dedo que me he cortado, ni mi estómago cuando no he digerido algo, o mis emociones cuando he recibido una mala noticia.
Siempre soy yo en todo, y la que, a propósito, se entristece por no saberse valorada.
Las tres actitudes ante una persona
—Entonces, para aclarar lo del espíritu, hablemos de tres actitudes que suelen darse en la relación entre las personas.
Actitud hedonista. Solo tiene en cuenta la dimensión de lo corporal, y se puede describir con la expresión: “Qué placer me proporciona que existas, y que puedas ser para mí motivo de goce”.
Actitud utilitarista. Solo tiene en cuenta la dimensión de lo material y lo conveniente, se describe con la expresión: “Qué útil me resulta que existas para mí.”
Actitud benevolente. Habla de la dimensión espiritual de las personas y se describe con la expresión: “Qué bueno que existas, por ser un bien en ti misma”.
—Con lo que dice, entiendo que mis pretendientes no ven en mí la dimensión espiritual, así que de lo del amor benevolente, no tengo noticias —intervino dolida mi consultante.
—Pasa que no eres ni solo cuerpo ni solo espíritu, sino que ambas dimensiones se unen conformando tu único ser. Dicho de otro modo, como persona eres un espíritu encarnado, y un cuerpo espiritualizado, así que no es que tengas cuerpo, sino que lo eres.
Ese yo, al que haces referencia, es el que identifica esa unión y el que puede decir: “Yo soy mi boca, mis ojos, mis brazos, mi cara, mi corazón, lo que pienso y lo que siento”.
Ahí precisamente se encuentra el verdadero atractivo del ser persona, pues por esa unidad de cuerpo y espíritu, los ojos son la ventana del alma, la boca expresa la belleza del ser, el movimiento de las manos, la íntima delicadeza, una serena sonrisa, la paz y el orden del espíritu.
Es así porque, gracias al cuerpo, el espíritu se puede expresar, y gracias al espíritu, el sentido del cuerpo se puede elevar.
—Ahora entiendo por qué en ocasiones siento un dolor profundo en el corazón cuando no se fijan en mi verdadero ser. Sin embargo, soy responsable, pues tratando de ser atractiva, he pasado por alto que soy esa unidad sustancial, cuerpo y alma.
Mas, siendo optimista, ahora que me doy cuenta, no solo cuidaré la salud del cuerpo sino también, y más importante, la del espíritu.
Muchas personas se enferman porque piensan y viven como si el alma y el cuerpo fueran dos realidades diferentes. No solo no son realidades distintas o separadas, sino que existe entre ellas una unidad sustancial tal que no se puede romper, sin grave daño para la persona.
Por Orfa Astorga de Lira
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