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La inspiración poética de María Raquel Adler nació de una fe intensa, sincera, hacia Cristo. Era judía de nacimiento, pero un día decidió convertirse al catolicismo.
No se conformó con seguir el camino que le marcaba Jesús. En su profundo amor a Él decidió dedicar su producción literaria a ensalzarlo.
Sus poesías místicas demostraron la sinceridad de su conversión y la elevaron a lo más alto de la literatura Argentina, país en el que vivió, aunque no en el que nació.
María Raquel Adler no nació, de hecho, en tierra firme. Lo hizo en un barco. Sus padres, de origen alemán él, rumano ella, vivían en Argentina.
Añorados de sus orígenes, realizaron un viaje a Europa cuando su madre ya estaba embarazada. En el viaje de vuelta, antes de pisar tierra, nacía María Raquel.
El año no se sabe con exactitud, como tantos otros datos biográficos de la vida de esta escritora; en parte por ella misma, quien jugaba al despiste con su edad siempre que podía. Así, podría haber sido en una fecha indeterminada de la primera década del siglo pasado.
María Raquel debió ser una estudiante aplicada, aprovechando la educación que no era habitual para las jóvenes de su tiempo. Sabemos que ejerció como maestra de francés en la Escuela Normal de La Plata y castellano en otros centros educativos de Argentina.
Desde muy joven ya estaba inmersa en la belleza de la escritura. Sus palabras, sus versos, recibieron la más alta inspiración. Sus padres, judíos, se habían convertido al catolicismo, y ella siguió sin dudar sus pasos, autoproclamándose orgullosa "hija de Israel en Cristo". Su fe católica la llevó a escribir la que sería probablemente la producción mística más importante del siglo XX en Argentina.
María Raquel Adler estuvo vinculada al mundo de las letras argentinas, formando parte de la comisión directiva de la Sociedad Argentina de Escritores.
También participó intensamente en la Asociación de Escritoras y Publicistas Católicas, fundada en 1939 por un grupo de autoras argentinas que iniciaron su andadura en la Abadía de San Benito del barrio porteño de Palermo. Estas escritoras trabajaron intensamente para promover la literatura inspirada en la religión católica.
Su hogar se convirtió durante mucho tiempo en el centro neurálgico de la intelectualidad porteña. Hasta el final de sus días, el 28 de julio de 1974, continuó escribiendo poesía y experimentó con otros géneros como la prosa o el teatro. Pero en lo que sin duda destacó fue en sus obras místicas, entre las que destaca Revelación, Mística o De Israel a Cristo.
SEÑOR si Tú lo crees, que yo aún no he dado
Lo bastante a la vida, y que ya a la sazón
Hubiera yo podido ser nutriz y blasón,
De este mi pobre siglo y que lo he desdeñado.
Señor si Tú lo crees que yo llevo heredado
La gracia de tu espíritu; y que con mi eslabón
Su engranaje ajustare, cadena en rebelión
Del humano que todo, todo lo ha denigrado.
Señor si Tú lo crees, que las gotas de oro
Al humano no bastan; y que así yo demoro
La redención sublime de paz, gloria y amor.
¿Que les abra mis venas, mi sangre de ellos sea.
Les injerte mi espíritu, les nutre mi idea,
Y que dé en holocausto mi vida que está en flor?
¡Señor si Tú lo pides, así sea Señor!