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3 ocasiones en las que nos perdemos y necesitamos ser encontrados

A veces necesitamos ser encontrados

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Luisa Restrepo - publicado el 27/09/22
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En la vida nos solemos perder, a veces porque otros nos olvidan, a veces porque queremos hacerlo. Una interesante reflexión de Luisa Restrepo

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La vida pasa por perderse. Nos perdemos porque estamos cansados, nos perdemos porque nos sentimos débiles. Nos gustaría parar, escondernos, ponernos detrás de un matorral, como una oveja que ha perdido de vista a su pastor.

A veces nos perdemos porque los demás nos han olvidado, nos perdemos porque la vida nos ha hecho a un lado, y no podemos evitarlo; no podemos ni balar como una oveja, estamos perdidos, escondidos.

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Otras veces, sin embargo, nos perdemos porque queríamos perdernos. Nos vamos. Hasta parece que nos quedamos dentro de la relación, pero nuestro corazón está en otra parte.

A veces nos perdemos y nadie viene a buscarnos. Nos cuesta reconocerlo, pero necesitamos ser encontrados.

En la parábola de la oveja perdida (Lc 15), nos damos cuenta que, no está solo el que se pierde. Siempre hay alguien que busca o que espera, cuando no puede hacerlo otro. Este es Dios, el que no se da a sí mismo la paz hasta que nos ha vuelto a encontrar.

1Cuando tenemos hambre

Nos perdemos en la vida porque a veces nos engañamos en poder amar sin ataduras. Queremos recuperar nuestra vida y al final nos damos cuenta de que la hemos desperdiciado. Queremos la vida toda para nosotros y al final nos morimos de hambre, de hambre de cariño.

Es la aventura del hijo menor que decide tomar lo que se merece, se pone en el centro y ya no ve a nadie. Es el niño caprichoso que vive solo para sí mismo y que no entra en razón. No le importa si el otro muere: el padre muere por su hijo porque es la única manera de darle la herencia que se merece. Hay mucho egoísmo en la vida, pero también hay muchos padres y madres, amigos, personas, que son capaces de morir por dejar ir al otro.

2Cuando pensamos que no lo merecemos

El hijo menor tiene la ilusión de encontrar vida fuera de la relación y, en cambio, encuentra hambre. Ese amor que buscaba no está allí. Nadie le da nada. Todo fue una ilusión. Cuando tienes hambre de amor te apegas a lo primero que encuentras.

Teme que nadie lo ame si no se convierte en el sirviente de un amo. Ya no es capaz de reconocer el amor verdadero. Todo le parece moneda de cambio, ya nada puede ser gratis.

Si la única manera de vivir es ser un sirviente, mejor hacerlo en la casa de ese padre que todavía se siente un poco suyo.

Trata de decirle que lo trate como un sirviente porque no es digno de ser un hijo. Pero si alguien te ama, no puede tratarte como un sirviente. El Padre no permite que el hijo pronuncie esa segunda parte del discurso que ha preparado.

3Cuando nos quedamos, pero nuestro corazón está en otra parte

Podemos permanecer en una relación pero tener nuestro corazón en otra parte. Nos adaptamos a estar en una relación a la fuerza, tratamos de complacer, pero por dentro alimentamos la ira y la frustración.

Nos hubiera gustado irnos, pero tal vez no tuvimos el coraje. Nos quedamos porque somos despistados o perezosos, o porque tenemos miedo del juicio y de las consecuencias. Nos quedamos, pero sentimos que el amor ya no está.

El hijo mayor es un niño adaptado que no puede hacer berrinches ni patalear, por lo que elige el papel de niño bueno que hace todo lo que su padre le pide. Pero ese niño en realidad ya se ha ido. El hijo mayor de esta parábola siempre está fuera de la casa, fuera de la relación con su padre. Su amor es solo deber.

Ser encontrados

Hay una relación a la que siempre podemos volver a entrar de una forma nueva después de la crisis.

En realidad, la parábola queda abierta, no sabemos si el hijo mayor ha entrado o no. Queda abierta para el lector de todos los tiempos: somos nosotros quienes debemos decidir si retomamos la relación para vivirla de una manera nueva, honesta, encontrándonos ante todo a nosotros mismos que nos habíamos perdido.

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