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Nuestra fe se trata del encuentro no con una idea o con un proyecto de vida, sino con una persona viva que transforma nuestra vida, revelándonos nuestra verdadera identidad de hijos de Dios.
El encuentro con Cristo renueva nuestras relaciones humanas, orientándolas según la lógica del amor, pues creer no es algo que solo afecta a nuestro saber intelectual, sino que es un cambio que involucra la vida, la totalidad de nosotros mismos: sentimientos, corazón, inteligencia, voluntad, corporeidad, emociones y relaciones.
1Acoger el mensaje
Debemos preguntarnos: ¿la fe es verdaderamente la fuerza transformadora en nuestra vida? ¿O es solo uno de los elementos que forman parte de la existencia, sin ser el determinante?
Nuestra fe en un Dios que es amor, y que se ha hecho cercano al hombre encarnándose y donándose, nos muestra que solo en el amor está la plenitud. Nuestra fe cristiana no limita, sino que humaniza nuestra vida.
La fe es acoger este mensaje transformador, es acoger la revelación de Dios, que nos hace conocer quién es Él, cómo actúa, cuáles son sus proyectos para nosotros.
2Reconocer su Palabra
Dios mismo es quien se auto-comunica, se hace accesible a nosotros y nos hace capaces de escuchar su Palabra y de recibir su verdad. Por la fe y por el amor que profesamos, Dios crea en nosotros —a través del Espíritu Santo— las condiciones adecuadas para que podamos reconocer su Palabra.
Dios mismo, en su voluntad de entrar en contacto con nosotros, de hacerse presente en nuestra historia, nos hace capaces de escucharlo y de acogerlo. San Pablo en 1 Ts 2, 13 nos dice:
Damos gracias a Dios sin cesar, porque, al recibir la Palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra humana, sino, cual es en verdad, como Palabra de Dios que permanece operante en vosotros los creyentes.
Las palabras y obras de Dios a lo largo de la historia de la humanidad y de nuestra historia concreta, permanecen. Él las ha pronunciado y realizado para propiciar nuestra fe, para que escuchemos, para que creamos, y creyendo, podamos hacer lo mismo que Él.
3Profundizar en lo que creemos
Pero, ¿dónde hallamos la fórmula esencial de la fe? ¿Dónde encontramos las verdades que constituyen la luz para nuestra vida cotidiana? La respuesta es sencilla: en el Credo.
En la profesión de fe o símbolo de la fe nos enlazamos con la persona y la historia de Jesús. Como nos dice Benedicto XVI:
También hoy necesitamos que el Credo sea mejor conocido, comprendido y orado. Sobre todo es importante que el Credo sea, por así decirlo, «reconocido». Conocer, de hecho, podría ser una operación solamente intelectual, mientras que «reconocer» quiere significar la necesidad de descubrir el vínculo profundo entre las verdades que profesamos en el Credo y nuestra existencia cotidiana a fin de que estas verdades sean verdadera y concretamente -como siempre lo han sido- luz para los pasos de nuestro vivir, agua que rocía las sequedades de nuestro camino, vida que vence ciertos desiertos de la vida contemporánea.
Es fundamental volver a Dios para redescubrir el mensaje de nuestra fe y hacerlo entrar, de forma más profunda y convencida, en nuestra vida cotidiana.