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El sorprendente caso del santo que se dedicó a la brujería

San Cipriano y Santa Justina mártires

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Mónica Muñoz - publicado el 22/09/23
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La historia de la Iglesia está llena de personajes insólitos. Indudablemente, todos dan constancia del poder infinito y la influencia de Dios en nuestra vida

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La vida de dos santos convergen en una misma historia, tan inverosímil que podría ser el guion de una película de ciencia ficción, al estilo del Señor de los Anillos, sin embargo, ya se hablaba de ellos por el siglo III.

Se trata de San Cipriano, noble rico, originario de Cartago de Libia (suele ser confundido con Cipriano de Antioquía).  También fue filósofo y practicaba el arte de la magia. Los que describen su historia cuentan que un joven idólatra llamado Aglaidas se enamoró de una doncella cristiana llamada Justina. Como la chica no correspondía a su amor, Aglaidas buscó la ayuda del famoso mago Cipriano.

Cipriano consultó sus libros de magia y envió muchos demonios para engañar a la doncella y atraerla hacia el apasionado pretendiente. Sin embargo, sus conjuros resultaron inútiles frente a Justina. Esto le hizo reflexionar con sensatez, así que pidió al mismo Lucifer que le dijera qué estaba pasando. Este le respondió que nada podía contra la fe que ella tenía en el  poder invencible de Cristo.

Solo Cristo es poderoso

Ciprano entendió que, si había Alguien más poderoso que los demonios, a Él quería servir, por lo que quemó sus libros de magia ante el obispo Eusebio, pidiendo ser bautizado y convirtiéndose al cristianismo. También Aglaidas se hizo cristiano, viviendo casta y modestamente.

Luego de muchos años fue nombrado Obispo de Cartago. Predicaba la existencia de un solo Dios, ganando muchos adeptos, por lo que el emperador Diocleciano, que era pagano, ordenó arrestarlo de inmediato, y por consejo de Eutolmio, gobernador de Antioquía, también se llevaron a Justina, que había dedicado su vida como diaconisa.

Ambos fueron conducidos al tribunal de Capadocia, donde se negaron a renunciar a su fe, siendo condenados a ser azotados, despellejados y hervidos, sin embargo, al resultar ilesos, el juez los envió nuevamente a Nicomedia. En el año 304, Diocleciano ordenó su decapitación.  Los cristianos recuperaron sus restos y los llevaron a Roma, donde se decía que fueron depositados en la iglesia San Juan de Letrán.

Santos descontinuados

Su fiesta era el 26 de septiembre, sin embargo, por no tener suficiente evidencia histórica de su existencia, se quitaron sus nombres del santoral romano en 1969 y del martirologio en el 2001.

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