¿Has intentado alguna vez verte a través de los ojos de tus hijos? Nadie te conoce mejor que ellos, con tus debilidades, pero también con tus mayores fortalezas y tus actos de amor.
Tus hijos son como un espejo. Te muestran directamente lo que perciben. Te imitan cuando juegan, cuando hablan con sus muñecos o sus hermanos. Observándoles más de cerca, podrás oír lo que dicen cuando juegan a "mamá" o "papá". Encontrarás tus propias palabras y expresiones en su habitación, para bien o para mal.
Según algunos psicólogos, la forma en que los padres hablan a sus hijos se convierte en su voz interior; por ello, saber hasta qué punto los niños escuchan y miran a sus padres puede inspirarles y animarles a ser lo mejor que puedan.
Cuando los niños fingen hacer ejercicio o dejan de jugar para rezar, los padres sentirán que han dado un buen ejemplo. Por otra parte, cuando oyen a sus hijos repetir frases que dijeron cuando estaban enfadados, pueden sentir rápidamente el deseo de hacerlo mejor la próxima vez. Observar a tus hijos imitándote es casi como un examen de conciencia, porque sus juegos son a menudo un espejo de nuestros buenos y malos hábitos.
Formar con el ejemplo
Esos ojitos que te miran y esas orejitas que te escuchan pueden animarte a esforzarte más cada día, a hablar con más amabilidad y a ser más paciente.
La paternidad es una larga escuela de paciencia y humildad, pero cuando te sientas desanimado, recuerda que tu ejemplo forma a las personas que más quieres. Haz todo lo que puedas por ellos, para que, al imitarte, imiten también más a Cristo.