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La vida de los monjes contemplativos es un testimonio de fe, esperanza y amor que se ofrece por la Iglesia y por toda la humanidad. Pero ¿por qué eligen este modo de vida tan radical y aparentemente inútil? ¿Qué sentido tiene encerrarse en un claustro y renunciar a tantas cosas?
La respuesta no es fácil, pues implica una llamada personal y misteriosa de Dios, que cada uno debe discernir y responder con libertad y generosidad. Sin embargo, podemos señalar algunos aspectos que iluminan el valor y la belleza de la vida contemplativa.
Deseo de amar a Dios sin condiciones
En primer lugar, los monjes y monjas contemplativos buscan a Dios por sí mismo, no por lo que Él puede darles o hacer por ellos. Su deseo es amarle con todo su ser, sin condiciones ni intereses. Su oración no es una simple petición o alabanza, sino una unión íntima y profunda con el Amado, que les llena de paz y alegría. Como dice san Juan de la Cruz: “En el atardecer de la vida nos examinarán del amor”.
Comunión con toda la Iglesia
En segundo lugar, los monjes y monjas contemplativos se hacen solidarios con todos los hombres y mujeres de su tiempo, especialmente con los más pobres y sufrientes. Su silencio no es una huida o una indiferencia, sino una escucha atenta y compasiva de las necesidades y las angustias de sus hermanos. Su trabajo no es una carga o una distracción, sino una ofrenda y una colaboración con el plan de Dios. Su clausura no es un aislamiento o un egoísmo, sino una apertura y una comunión con toda la Iglesia. Su misión no es activa o visible, sino oculta e intercesora. Como dice el papa Francisco: “Los contemplativos son un puente de intercesión por todas las personas”
Testimonio de esperanza
En tercer lugar, los monjes y monjas contemplativos son signos de esperanza para el mundo, que vive inmerso en el ruido, la prisa, el consumo y la violencia. Su vida sencilla y austera es un testimonio de que hay otro modo de vivir, más humano y más feliz. Su fe firme y gozosa es un signo de que hay otro horizonte, más amplio y más luminoso. Su amor gratuito y fiel es un testimonio de que hay otro corazón, más grande y más ardiente. Como dice santa Teresa de Jesús: “Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa; Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta; solo Dios basta”.
Como consecuencia de ello, los monjes y monjas contemplativas no se entierran dentro de sus monasterios, sino que se elevan hacia el cielo desde sus celdas. No renuncian al mundo, sino que lo abrazan con su oración. No se pierden a sí mismos, sino que se encuentran con Dios.