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Nuestro Señor Jesucristo advirtió lo siguiente a sus discípulos acerca de los fariseos: «ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen» (Mt 23, 3).
Seguramente estamos de acuerdo con el Señor y pensamos que esos hombres actuaban con hipocresía diciendo a todos lo que debían hacer, pero sintiéndose exentos de cumplir los mandatos dejados por Dios a Moisés que -por supuesto- también eran para ellos.
Ciertamente, no se sentían culpables, como lo prueba la parábola del fariseo y el publicano: uno daba gracias a Dios porque pagaba el diezmo y no era como el otro, el cual no se atrevía a entrar al templo y se golpeaba el pecho pidiendo perdón por ser un pecador (Lc 18,10-14).
Los nuevos fariseos
Esa actitud farisaica está muy presente en nuestros días. Cada quien tendría que hacer un examen de conciencia para averiguarlo; sin embargo, frecuentemente decimos a otros que se comporten de determinada manera, pero no caemos en cuenta de que nosotros tendríamos que predicar con el ejemplo. Nos convertimos en los nuevos fariseos cuando sabemos dar instrucciones a la perfección, sin querer cumplir lo que apoyamos con tanto énfasis.
Podríamos hablar de distintos escenarios: el trabajo, la calle y, sobre todo, la familia.
Los padres y madres tienen una responsabilidad moral aún más grande, pues educadores de sus hijos; y los niños, que todo observan e imitan, tendrán como referencia sus actitudes, así sean correctas o incorrectas.
El Evangelio, itinerario de vida
Por eso, para descubrir y reafirmar cómo conducirse, el itinerario seguro es el Evangelio, que nos indica el modo en que debemos comportarnos con Dios y con los prójimos: ser honestos, humildes, castos, fieles, justos; en fin, no hay camino más seguro que leer las enseñanzas de Jesucristo a sus discípulos y seguirlas al pie de la letra.
Se trata de decir y hacer, encarnando el Evangelio, haciéndolo vida y procurando aplicarlo íntegramente, sin quitar nada. Además, al ser bautizados, tenemos el llamado a enseñarlo a los que no lo conocen, siendo congruentes con lo que decimos, conectando nuestros pensamientos, palabras y acciones, para que quienes dependen de nosotros entiendan cómo es vivir de acuerdo con la palabra de Dios.
Vivamos de tal modo que, el día que nuestra vida termine y nos encontremos cara a cara con Dios, seamos merecedores de esta bienvenida: «Muy bien, siervo bueno y fiel, ya que fuiste fiel en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu Señor».(Mt 25, 21)