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Bien decía Alfred Adler, el famoso psicoanalista suizo, que todo sentimiento de superioridad, es un mal manejo del sentimiento de inferioridad. Muchas personas padecen de un engreimiento y una petulancia que los hace creerse por encima de los demás.
Casi siempre hablamos de baja autoestima, que es el poco cuidado y amor hacia sí mismos, una tendencia a tener un concepto pobre de la propia personalidad que puede llegar a devaluar las propias habilidades y experiencia que se tienen en la vida. Efectivamente, existen muchas personas que su baja autoestima los hace parecer personas tímidas y limitadas en su manera de realizar las actividades profesionales, porque rayan en la inseguridad y la falta de confianza en sí mismos.
Pero también está la otra cara de la moneda, de la que poco se habla, que es precisamente una elevada autoestima, lo que lleva a las personas a sentirse superiores y pensar que por poseer los objetos y oportunidades que poseen son mejores que los demás.
Estas personas llegan a creerse más capaces e inteligentes que las personas que los rodean, incluso consideran que todos son estúpidos menos ellos. Se sienten merecedores de todo y su orgullo no les permite aceptar que les nieguen las cosas que ellos quieren, porque se sienten ofendidos.
Quieren ser protagonistas, destacar, mostrar sus logros y éxitos, poseer objetos de lujo y demostrar que son personas que pertenecen a la clase alta y que brillan por las relaciones que tienen con gente importante y famosa. Se sobre valoran tanto a sí mismos que toman actitudes vanidosas, presumidas y realmente se comportan como si fueran superiores a los demás.
Una persona vanidosa desea en exceso llamar la atención y el reconocimiento de los demás, hasta el punto de llegar a buscar alabanzas por sus logros y capacidades. Es por ello, que en nuestros tiempos, estamos muy inclinados a una vida superficial, con la constante tentación de ser vanidosos.
Enseñanzas de san Felipe Neri
De aquí que el famoso san Felipe Neri puso como uno de los impedimentos más grandes para la vida humilde e íntimamente relacionada con el amor de Dios a esta sensación de engreimiento, vanidad y sobre estima.
Una de las más importantes enseñanzas de este gran santo fue demostrar que la sencillez y la simpleza son sumamente valiosas para alcanzar la virtud y que no se necesita de ninguna ostentación de nada. Lo valioso de la vida es lo ordinario, los actos cotidianos de caridad y amor al prójimo con una buena actitud y con gran humor.
La sobrevaloración de sí mismos, aunado a la vanidad, se convierte en un obstáculo para vivir una vida más genuina que dé testimonio del amor de Dios.
Darse tanta importancia a sí mismos y querer estar demostrando a los demás que eres grande y muy exitosos en lo que haces te aleja de enfocarte en servir a los demás, pues más bien estás buscando que los demás te admiren y reconozcan por lo que haces.
La verdadera grandeza:
Una vida espiritual auténtica busca la relación genuina con Dios, por medio de la caridad que es estar centrados en dar y no en estar esperando recibir. En ejercer un servicio desinteresado por los demás.
En realidad no necesitamos estar exhibiendo ni subrayando lo que somos y hacemos, porque el amor y la caridad son algo discreto, sencillo, que se hace con espontaneidad y sin deseos de notoriedad, porque en esto no hay dobles intenciones, ni ganas de brillar y destacar por encima de nadie. Lo que se hace por los demás no se presume ni debe hacernos creer que somos alguien especial.
Por el contrario, la sobre estima es estar al pendiente de esa importancia excesiva que se tiene sobre sí mismo, la propia imagen, el estatus social que se tiene; en fin, la importancia, casi escrupulosa, por el qué dirán o qué pensarán los demás de la imagen que uno proyecta.
El ajuste necesario para equilibrar correctamente la autoestima amerita dejar de buscar ese reconocimiento y admiración que se espera de los demás para enfocarse, de una manera más firme, en la propia seguridad y un amor a sí mismos que permita saber cuánto valor tenemos como personas, sin necesidad de demostrarlo ni esperar aplausos; y mucho menos creer que estamos por encima de los demás.
San Felipe Neri valoraba mucho el llegar a reconocer las propias limitaciones sin un ego inflado y lleno de preocupaciones por uno mismo, sino, por el contrario, tener una plena disposición a poner a Dios y a los demás antes que a uno mismo.
La verdadera grandeza, señalaba el Santo, no es auto exaltarse, sino el amor y el servicio a los demás en una relación sincera y profunda con Dios.