Todos los seres humanos somos perfectibles, algunos nacemos con ciertas cualidades, habilidades y virtudes y otras nos hace falta desarrollarlas. De la misma manera, recibimos una vocación específica con la cual debemos alcanzar el cielo. Y el hombre que Dios llama para ser sacerdote no es la excepción.
Pero no por eso debemos creer que los sacerdotes ya tienen todo hecho. Lo primero ya está, que es el llamado; sin embargo, Dios no traspasa los límites de la libertad ni de la personalidad propia, sino que da lo necesario para realizar la encomienda que le hace a cada uno.
¿Qué cualidades requiere un sacerdote?
Podemos enumerar algunas: gusto por la oración, deseo de servir al prójimo, fascinación por la Eucaristía, atracción por la vida desapegada a lo material, enfocado en lo espiritual, amor a la santísima Virgen María y fervor por los santos, afición al estudio... en fin, que necesita ser un estuche de monerías.
Y si añadimos las que se van desarrollando a lo largo de su ministerio -y que enriquecen sobremanera su servicio- tales como la humildad, la cercanía con su gente, la empatía, etc., quizá no podríamos decidir cuál es la más importante. Sin embargo, hay una que trasciende sobre las demás.
La más importante
Así pues, llegamos a la que puede considerarse la más importante y es: la capacidad de escuchar. ¿Por qué?, porque de esa manera se conoce a la gente y sus las necesidades, se da la oportunidad al otro de exponer lo que encierra su corazón, se puede hacer un juicio de valor más sensato, se aconseja mejor después de saber lo que atraviesa la otra persona.
No por nada una terapia psicológica tiene como base escuchar al paciente. No por nada el sacramento de la Confesión tiene como elemento esencial la declaración de los pecados:
Se le denomina sacramento de la confesión porque la declaración o manifestación, la confesión de los pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial de este sacramento.
Dos ejemplos
Para muestra, tenemos dos hermosos ejemplos: el santo Cura de Ars y el Padre Pío de Pietrelcina, que pasaban muchas horas en el confesionario, escuchando a los penitentes que llegaban de muy lejos para confesarse con ellos.
Se puede tener muchas cualidades, virtudes y habilidades, pero si no se sabe escuchar, el sacerdote difícilmente podrá desempeñar su ministerio como Dios desea que se realice, porque de eso se desprende mucho bien para el prójimo.