Cuando nos confesamos, seguramente nos ha pasado que decimos los mismos pecados, ¿será que Dios nos perdona siempre, aunque seamos repetitivos cada vez que nos acercamos al sacramento de la Reconciliación?
Dios perdona siempre al pecador arrepentido. Si el arrepentimiento es sincero, no hay límite en el número de veces que se puede recibir el perdón divino en el sacramento de la Penitencia, y eso no cambia aunque se repita el tipo de pecado.
Con esto parece que se puede dar por respondida la pregunta, pero conviene hacer algunas aclaraciones, pues la formulación de la pregunta no es muy precisa.
Pecar siempre implica voluntad
La primera consiste en señalar que en realidad no hay pecado “sin quererlo”. Siempre hay una intervención de la voluntad consintiéndolo; de lo contrario, no se podría hablar de pecado.
Lo que sucede en realidad es que el ser humano depende mucho -desde luego, más de lo que solemos estar dispuestos a reconocer- de los hábitos.
Estos, según sean buenos o malos, facilitan o dificultan el buen comportamiento. Cuando son moralmente buenos se llaman virtudes: en caso contrario, vicios.
Los pecados reiterados producen vicios
El caso es que la reiteración en el pecado produce vicios. El vicio debilita la voluntad, de forma que inclina a la reiteración del pecado y debilita la capacidad de oponerse a él. Y la reiteración refuerza el vicio. Se explica bien así el origen de la expresión “círculo vicioso”.
Sin embargo, se puede salir de él, si se cuenta con la gracia divina, incluyendo por supuesto la recepción del sacramento de la Penitencia.
Es una lucha interior en la que suele haber altibajos, pero cuando hay una voluntad de poner los medios y la necesaria paciencia, se remonta la situación y se acaba venciendo.
Eso sí, hay que contar con el tiempo; como dice el viejo refrán, “Roma no se construyó en un día”.
De verdad debemos querer enmendarnos
Todo confesor con un mínimo de experiencia sabe esto, y sabe distinguir bien entre la falta de propósito de enmienda –que haría inválida la confesión- y la previsión de que, aunque uno en verdad quiera enmendarse, puede haber recaídas, quizás sin que medie mucho tiempo.
Hace falta que también el penitente lo entienda, y entienda asimismo dos cosas.
La primera, que no es la confesión propiamente dicha la que propicia el perdón de los pecados, sino la contrición de los mismos manifestada en su acusación.
Y la segunda, que la contrición no es incompatible con la debilitación de la voluntad producida por el vicio ni con el pronóstico poco favorable debido a ella.
Buscar al mismo confesor
Quizás se podría añadir que para evitar el autoengaño y la desesperanza en situaciones de este tipo –a veces puede faltarnos objetividad-, es muy recomendable tener un confesor fijo que verdaderamente nos pueda ayudar.
¿Podría suceder que un vicio, en vez de “conformarse” con debilitar la voluntad, llegara a anularla? Sí, podría suceder, pero entonces entramos ya en el campo de la patología, y haría falta una ayuda especializada, sobre todo médica, para salir airoso del problema.
Términos como alcoholismo o ludopatía nos lo recuerdan. Si las cosas llegan a ese extremo, el deseo sincero de superarlo pasa por buscar y aceptar esa ayuda.