Hace unos días celebramos la reunión presencial anual de los compañeros del trabajo. Cada día nos vemos a través de la pantalla del ordenador, reímos con los ocurrentes memes que compartimos en el chat (al que llamamos bar), rezamos juntos por nuestras grandes preocupaciones,... pero ese día del año en que podemos abrazarnos y hablar cara a cara es una fiesta.
Unas relaciones laborales tan reconfortantes no tienen precio. Tampoco son muy habituales ni se improvisan. Y representan un gran plus en un trabajo, que va mucho más allá del mínimo respeto a la legislación.
Justamente al día siguiente de ese entrañable -y fructífero- encuentro, participé como consejera en otra reunión de trabajo. La tensión podía cortarse con un cuchillo y las indirectas sarcásticas y el hermetismo dificultaban mucho avanzar en el proyecto concreto que se trataba, además de generar mucha frustración.
El ambiente de trabajo responde, como en cualquier espacio comunitario, a procesos a largo plazo. El bueno, a esfuerzos mantenidos, a creatividad, a espíritu de servicio, paciencia, reflexión,.. de cada uno de los miembros del equipo pero sobre todo de su líder. El malo pues lo mismo pero al contrario: a egoísmo, falta de reconocimiento, de respeto y de tacto, rivalidad,...
Son cosas concretas: escuchar con atención las propuestas del otro, saber pedir perdón, cumplir lo acordado, agradecer un esfuerzo, aplaudir y compartir la alegría de un buen resultado,... o en cambio dejar mensajes importantes sin contestar, no respetar las divisiones de tareas o los plazos marcados, no interesarse jamás por el ámbito más personal,...
El post El salario emocional motiva a los trabajadores y reduce la fuga de talentos, publicado en la web de la Universitat Oberta de Catalunya, indica que el trabajo ideal es el que permite al trabajador:
¿Qué puedes hacer tú para favorecerlo?