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Jesús me invita a permanecer alegre y confiado. Lo único que me pide Jesús es que me deje amar y que ame. Me pide que me entregue por mis amigos y que si así lo hago me llenaré de alegría y esa alegría llegará a ser plena.
El amor da alegría. Amar a los que me aman. Amar y ser amado.
El éxito en la vida se mide no por los logros en el trabajo. Eso trae una felicidad pasajera. Pero a la larga lo que permanece es el amor recibido y entregado. Lo demás pasa y se olvida.
Quisiera ser feliz en los amores de mi vida. A menudo no es así y la principal causa de infelicidad nace en mis relaciones familiares o de amistad.
Me complico amando. No me doy con libertad. Exijo más de la cuenta. Y no me siento amado cuando sí me están amando.
Tal vez me falta tener un corazón de niño. Alegre y confiado. Es la única forma de crecer en esta vida. Decía el padre José Kentenich:
Amar como los niños es un don. Amar como ese niño pequeño que no tiene nada que exigir porque todo lo recibe con alegría.
Quiero amar sin rencores. Es tan fácil sentirme herido cuando tengo expectativas imposibles de cumplir...
Es tan fácil guardar dolor en el alma cuando no olvido y no perdono. Entonces no logro amar con libertad.
Es tan difícil vivir con alegría cuando no hay amor en mi vida...
Podré tener éxito en todo lo demás, pero si me siento solo y despreciado, si no recibo amor de aquellos a los que amo, la felicidad es imposible.
Conozco a tantas personas que viven tristes y amargadas. Tantos corazones rotos y heridos que ya no parecen aptos para un amor verdadero que les dé felicidad.
El amor sano es fecundo, libera y enaltece. El amor sano me hace sentir amado.
Ansío un amor inmerecido, incondicional. No hay nada tan gratuito como ese amor que llevo dentro.
Sé que cuanto más ame más feliz seré. Cuanto más se ensanche mi corazón más paz tendré.
Quiero tener un corazón pleno y alegre. Quiero amar y ser amado por mis amigos.
¿Quiénes son mis amigos de verdad en este mundo que me vende amistades superficiales que se quedan a la altura de la piel?
Busco amistades en Cristo, hondas y verdaderas. Amistades que nadie pueda quitarme nunca.
Llevan el sello de la eternidad. Y todo porque Jesús es mi amigo y me muestra el valor de la amistad.
Jesús Adrián Romero escribe hablando de la sed de infinito de mi alma:
La añoranza de un hogar en el corazón de Dios me habla de mi sed de cielo, de plenitud, de un amor infinito que aquí en la tierra acaricio torpemente en los amores humanos.
Anhelo algo que aún no poseo. Como los niños que sueñan con el abrazo de su madre antes de conciliar el sueño.
Quiero vivir así cada día. Cobijado en el corazón de Dios. Y saber que la vida merece la pena si soy capaz de amar y de recibir amor.
Esa amistad humana me salva y levanta cada mañana. No me quedo en las insatisfacciones provocadas por el pecado que me limita.
Sueño con fuerza y confío en lo que Dios puede hacer conmigo. Él me enseña a amar y salva mi alma.