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Estamos frente a una página del Evangelio en la que todo el mundo se ha detenido con sorpresa y emoción. En esta página hay algo verdaderamente nuevo, fresco, lleno de rocío del mensaje de Jesús.
Al ver el gentío, nos dice el Evangelio, subió a la montaña. Se sentó y se le acercaron sus discípulos. Él tomó la palabra y se puso a enseñarles así.
El gentío era heterogéneo, abigarrado, de gente sufriente y pobre. Y Jesús dice estas cosas tan breves, tan hermosas, pero tan hondas, tan llenas de sentido, tan llenas de mensaje.
No solamente en un sentido de pobreza de tipo económico. La muerte, la limitación de la vida, esa es la auténtica pobreza que tiene todo ser humano, sencillamente porque no es Dios; esa es la pobreza radical del hombre, que es una criatura, todos somos pobres.
Y precisamente la humildad está en saber que somos pobres, que podemos poca cosa, que nuestro poder es muy limitado en saber, en sabiduría, en proyectar y realizar, somos muy limitados.
La humildad es la verdad, y reconocer que somos pobres gracias a esta humildad es lo que hace nuestro, como dice Jesús, el Reino de los Cielos.
Ningún soberbio, ningún orgulloso, ningún engañado a sí mismo, haciéndose creer que es otra cosa de la pobre cosa que es, entrará en el Reino de los Cielos.
Ser consolado significa ser acompañado con amor, con ternura. Suelo, con-suelo, significa eso, que uno no está solo, que en el suelo que uno pisa, ese suelo está convivido por otros que están cerca de mí en la misma losa donde yo estoy, en el mismo suelo, en la misma habitación, en la misma casa.
Solamente cuando hay un amor como el que Cristo nos manda, un amor mutuo como el que Dios nos tiene, es cuando entonces podrá edificarse sobre terreno firme la justicia.
Por eso, con aquellos que tiene hambre y sed de justicia, ¿qué ocurrirá? Como tienen este recto sentimiento, serán saciados, porque Dios les va a dar a ellos más que la justicia, les va a dar su propio amor, y en este terreno es donde podrá florecer la justicia.
Es decir, dichosos aquellos que han enteniddo el Padrenuestro: perdona nuestra deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Si yo quiero alcanzar misericordia de Dios, de los demás, es sencillo: yo trato con misericordia a los otros.
No solamente los no violentos, sino aquellos que además trabajan con todo lo que tiene ese verbo de esfuerzo, de perseverancia, de esfuerzo continuo para la paz, para lograr que incluso los violentos dejen de ser violentos.
Entonces no solo verán el Reino de los Cielos, más todavía, serán llamados hijos de Dios, porque Dios es la Paz, es la Fiesta. (...)
Serán llamados hijos de Dios los que además sufran persecución... y sean fieles hasta el final; será suyo el Reino de Dios.
Maravilloso sermón de las Bienaventuranzas, nunca agotaríamos su comentario. Sermón que inspira a san Francisco y también a los hombres que iban detrás de él.
Ojalá que de la mano de san Francisco nosotros también sepamos encontrar en él un estímulo para nuestra santidad, un camino a Dios.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.
Texto original - "Homilías" - Alfredo Rubio de Castarlenas. Editorial Edimurtra S.A