El bautismo es el sacramento por el que entro en la Iglesia, experimento el amor de Dios en mi vida y siento su presencia en mi alma.
Por el bautismo me hago hermano en esta Iglesia de Dios. Recibo el agua y el Espíritu, soy ungido con el óleo divino.
Pienso en el mismo Jesús que también fue ungido:
Lleno del Espíritu Santo pudo hacer milagros y liberar a los enfermos. Sanar a los caídos y alegrar a los tristes.
Es lo que provoca el Espíritu Santo en mi corazón. Me abre a la vida, me llena de esperanza, rompe las amarguras y las tristezas.
Poderoso Espíritu Santo
El Espíritu Santo es Dios que viene a mí para abrazarme y hacerme sentir su hijo especial, su hijo más amado.
Y me lanza al mundo diciéndome que puedo lograrlo todo porque Él no me va a dejar solo nunca. Entonces las palabras del profeta cobran nueva fuerza en mi corazón:
Agua y fuego que dan paz
El bautismo me fortalece para todo lo que yo con mis pocas fuerzas no puedo hacer. Es la fuerza de su fuego la que me sostiene. Recibo el agua que me sana por dentro.
Necesito el Espíritu Santo para que fluya Dios en mi corazón. Necesito su paz para pacificar mis miedos y mis luchas interiores.
Imploro ese Espíritu Santo que hoy escucho que viene sobre mí. Y me enviará Dios en su fuerza, en el poder de su Palabra. Como su hijo amado.
Jesús necesitó recibir el Espíritu Santo en plenitud ese día en el Jordán. Para iniciar un nuevo camino y saber por dónde tenía que caminar.
Él no lo sabía todo. Iba buscando en su corazón los más leves deseos de Dios.
Hacía silencio en esas noches en las que se retiraba a orar, a hablar con su Padre. Y ahí, en el silencio el Espíritu llenaba su alma de esperanza.
Me gusta el Espíritu que es agua, viento, brisa suave, paz sin ruido, calma que aleja los miedos. Me apasiona ese Espíritu que es un fuego que incendia mi corazón.