Vaya dicho por delante que desde pequeña he convivido con animales de todo tipo, los cuales han sido cuidados dignamente y han alegrado mi infancia. Sin duda puedo decir que con ellos he aprendido. Sin embargo, últimamente, me preocupa que se hable en ciertos términos como “familia multiespecie” en la que los animales de compañía cuentan como si fueran un hijo. Desgraciadamente, esta corriente va en aumento.
Hace tiempo, oí repetir a Mons. José Ignacio Munilla una máxima de Chesterton: "Quitad lo sobrenatural, y no encontraréis lo natural, sino lo antinatural”. Antinatural es el cuidado excesivo a los animales, con fiestas de cumpleaños caninas, vacaciones en hoteles caninos, paseos en carritos de bebés y otra serie de acciones que sacan al animal fuera de su realidad para llevarlo a un estatus que no le corresponde: el de ser humano.
Muchas personas hacen un insistente agradecimiento a la importancia del afecto por parte de los animales de compañía, así como a toda una serie de beneficios para la sociedad.
Reconozco que vivimos en un entorno social marcado por la soledad. Son muchos los animales de compañía que juegan un papel meramente afectivo o terapéutico en la vida de sus dueños, al margen de la función práctica (defensa, cría…). Tan es así que puede volverse una relación de dependencia emocional, sobre todo en casos de extrema soledad, ansiedad o depresión por parte de su dueño.
Un animal de compañía siempre está ahí, no te regaña, te acepta, no te juzga, puede escuchar los grandes secretos… Todo esto hace que el animal de compañía pase a ser un miembro de la familia al que se le reconoce como ser individual. Y digo yo, ¿en qué momento nos olvidamos de lo que es el hombre?
El Catecismo de la Iglesia Católica en el punto 2417 y 2418 nos ilumina sobre este tema:
Según el Instituto Nacional de Estadística (INE) en 2019 en España había 6.265.153 personas menores de 14 años mientras que según la Asociación Nacional de Fabricantes de Alimentos para Animales de Compañía (ANFAAC) la cifra de perros subía a 6.733.097 (contando solo los que está registrados). Unas cifras realmente preocupantes, si pensamos que la tasa de natalidad de España en 2019 (1.23 nacimientos por mujer antes de la pandemia) fue la segunda más baja de Europa tras la de Malta.
Amar es un riesgo, pero ¡qué bendito riesgo! Sin embargo, las estadísticas dicen que muchas parejas jóvenes prefieren tener un animal de compañía que sólo necesita algo de cariño para de esta manera hacerse una idea de cómo sería su vida con un hijo y no lanzarse a asumir el papel de la paternidad. Además, se señala que a la larga un animal de compañía es más barato que un hijo. Ante estas reflexiones recogidas en estudios de la agencia GFK queda claro que el hombre no sabe amar por sí mismo y el mundo necesita el amor de Cristo. Esta necesidad se palpa en cada anhelo que el hombre intenta colmar con sucedáneos terrenales.
El reconocimiento errático por parte de la sociedad de la pluralidad de relaciones humanas ha abierto también la peligrosa vía de los vínculos afectivos con otras especies poniéndolos a la misma altura del hombre. ¿Qué subyace debajo de esta rara relación humano-animal?
Los animales son criaturas de Dios, que los rodea de su solicitud providencial (2416, Catecismo de la Iglesia Católica). Numerosos son los santos muy amigos de los animales como San Antonio, San Felipe Neri, San Juan Bosco, San Francisco de Asís.
Pero, aun así, todos estos santos saben que el amor a los animales no cambia el mundo. El amor incondicional que cambia el mundo nos es dado por Otro que creó a los animales para nuestro disfrute y beneficio.