Es una realidad que la vida da muchas vueltas, por las que las personas vamos pasando diversas etapas, y por ello, nunca debemos juzgar nuestra propia vida y la ajena desde el solo presente, ya que grandes cambios pueden ocurrir, para encontrarnos de pronto entre la bonanza y el infortunio, la salud y la enfermedad... entre la vida y la muerte.
En mi experiencia como tanatóloga -especialista en cuestiones relacionadas con la muerte- siempre he reconocido que quienes tienen más resiliencia ante las pruebas, son las personas con la actitud natural del agradecimiento, como un signo de auténtica humildad, y a la vez de una sabiduría que solo se adquiere en la escuela de la vida buena, y no en la buena vida.
Un hombre muy agradecido
Para hablar de ello, se me ocurre recordar una corta historia de una vida ordinaria y resplandeciente:
Don Rogelio, a quien acompañé en el trance de su enfermedad y postrimerías, agradeció hasta el final todas las atenciones y muestras de cariño que recibió de amigos, parientes, médicos y enfermeras.
Corrijo. En realidad hoy reconozco que fui yo la acompañada, y quien mucho aprendió. Porque Don Rogelio, un ser en la plenitud de la madurez, era quien compartía su intimidad con la sencillez de un niño.
Era un ser a quien la enfermedad, con su dolor e incomodidades, nunca le restó libertad para trasmitir su amor, con miradas, gesto, sonrisas y atinadas palabras, pues había en él un algo que sobreabundaba.
Un algo que hablaba de la infinitud de su ser personal abierto al amor de Dios, que había querido su vida, y ahora permitía su muerte, la que aceptaba con serenidad para ya no vivir de esperanza, y vivir de su amor en la eternidad.
Conservo en mi corazón el agradecimiento que me hizo llegar a través de uno de sus hijos por lo que fue mi atención. Y con la naturalidad de quien solo se cambia de casa, me hizo llegar un pequeño regalo.
Charlando con sus hijos, sobre este aspecto de su personalidad, me platicaron que su padre siempre había dado valor a cualquier favor recibido, por pequeño que fuera. Jamás lo olvidaba, y en la medida de lo posible, trataba de retribuirlo.
El mejor modo de agradecer
Que, para él, el mejor modo de agradecer la existencia, era hacer el mejor uso de ella, y su mayor gratitud ante la vida se evidenciaba cuando se esforzaba por desempeñar un papel en el bienestar material, y sobre todo emocional, de los demás.
Era generoso a la hora de dar y humilde a la hora de recibir.
Su padre había sido un hombre muy consciente de que no podía subsistir en su existencia terrena sin Dios y sin los demás. Por eso nunca tuvo la temeraria presunción de creerse invulnerable y sí la humildad de ser siempre agradecido.
Decía que antes que dar, lo primero aceptar a las personas. Por eso tenía siempre la actitud de escuchar con mucho interés y semblante relajado.
A sus hijos les había enseñado no solo a dar las gracias por los alimentos sino, además, por la naturaleza, las personas, los bienes materiales y tantas cosas... Sobre todo, porque Dios pendiente de nuestras necesidades espirituales, proveía siempre lo más importante para que fuéramos felices.
Y lo más importante, era que creciéramos en la capacidad de dar y recibir amor.
La lección de vida de Don Rogelio, fue que, después de asumir compromisos de amor, fue plenamente feliz amando más y mejor, siendo siempre agradecido.
Que la persona muere, pero el amor jamás.
Por Orfa Astorga de Lira
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